LOS MIÉRCOLES LENTEJAS.
"Peliagudo, lo suyo es un caso peliagudo". Estas palabras, que le había dicho su terapeuta, resonaban en su cabeza mientras se lavaba los dientes por cuarta vez aquel martes de otoño. La imagen que le devolvía el espejo era la de una persona responsable y ordenada. No había más que ver su cuarto de baño con sus siete estanterías rotuladas con los días de la semana.
Se limpió los dientes con el cepillo amarillo, como correspondía al cuarto cepillado de dientes del martes: tenía veintisiete cepillos de dientes para la semana: gastaba cuatro diferentes todos los días y los domingos, como no merendaba, sólo gastaba tres. Nunca gastaba el mismo cepillo el mismo día (azul: desayuno; verde: almuerzo; rosa: merienda; amarillo: cena).
Recorría el largo pasillo desde su preciado cuarto de baño al salón y no entendía porqué su familia lo obligaba a asistir a terapia; no concebía porqué le llamaban obsesiones a sus costumbres; no comprendía que su costumbre de comer lentejas los miércoles fuera un trastorno obsesivo compulsivo. Llegó al salón y, mientras ordenaba todos los cojines de los dos grandes sofás, le preguntó a su mujer:
-¿ Cariño, has puesto las lentejas a remojar?
- No, mi amor, se me ha olvidado- contestó su mujer con cierta sorna mientras disfrutaba (o lo fingía) de su reality preferido de televisión.
Él no alcanzaba a comprender la falta de consideración hacia sus costumbres, y en especial a la de comer lentejas los miércoles. Ella sabía de los antecedentes familiares de él; conocía los problemas de colon de sus padres y de dos de sus hermanos.
- A mí no me hables con ese tono condescendiente, y mucho menos te burles del cuidado que le doy a mi colon para esquivar el destino familiar- le espetó él.
Aquel miércoles de otoño decidió demostrar a su familia que lo de comer lentejas los miércoles no era una obsesión. Su familia, que siempre había viajado con los botes de lentejas correspondientes a los miércoles que estuvieran de vacaciones, no daba crédito cuando ese miércoles él no comió lentejas.
Quince años después, en la cama del hospital en el que le administraban cuidados paliativos para soportar el dolor del cáncer terminal que padecía, pensaba en aquel miércoles que no comió lentejas y pensó que su situación se debía a aquel miércoles en que se saltó su costumbre para demostrarle a su familia que no era una obsesión.
Miró el pequeño escritorio de la habitación del hospital y se puso a pensar en palabras con las cinco vocales: estadounidense, universitario, grandilocuente, peliagudo... Esa era la única obsesión que él se reconocía: comenzar sus afamados relatos con una palabra con todas las vocales. Y se puso a escribir.
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