Cuando le propusieron que hablase sobre aquello que le obsesionaba parecía que hubiesen acertado de pleno en aquel tema que más le costaría desarrollar.
Una cosa estaba clara, al observar la "obsesión" en la distancia podía encontrar multitud de ejemplos sobre esta tanto positivos como negativos. ¿Qué había de malo con estar obsesionado con la salud? ¿Qué había de bueno con estar obsesionado con el alcohol? Pero, analizándolo más minuciosamente, se dio cuenta de que por más que una obsesión pudiese calificarse de buena o mala, aquello que realmente la convertía en un infierno para la persona era su grado de intensidad, porque la obsesión no tenía porqué ser un defecto: todo el mundo que conocía, pensó, tenía pequeñas obsesiones, y estas no tenían por qué ser un lastre para el modelo de vida que llevaban. A menos que les ocurriera como a el mismo, que estaba obsesionado intensamente con la estética, la limpieza del hogar, las dietas milagro, los estupefacientes, la comida basura, el ahorro económico, la compra compulsiva, las vidas ajenas, la puntualidad, la perfección en el trabajo, la pornografía, las relaciones sexuales, las redes sociales, las fiestas extravagantes, los objetos de usar y tirar….
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