jueves, 25 de marzo de 2021


VENDEDORA DE RECUERDOS

Tengo entre mis manos los recuerdos que llevo comprando, desde hace un tiempo, a una proveedora extraordinaria. 

El día que comencé a adquirirlos; salí a vagar por la ciudad con mis pensamientos, una desolada languidez, mirando mi propia sombra. Pensando en las oscuras ruinas de mi vida, mientras me sentía uno entre un millón; mezclado con un torrente de muchedumbre, en que todos se afanaban, nadie parecía saber adonde iba, ni de donde venia, como un sinfín de moscas entre el espeso polvo del verano. Caminaba por las mismas calles; pues la ciudad siempre parece la misma. 

Quise huir del tumulto y entré en la parte más antigua de la ciudad; en una calleja estrecha por la que había pasado muchas veces. Aquel día encontré algo diferente en ella, una tienda cuyo rótulo de letras rojas, en la parte superior de la fachada, decía, SE VENDEN RECUERDOS; el escaparate y la estrecha puerta de cristal ocupaban la fachada entera dejando ver todo el interior. Este era estrecho y profundo, y en él todo era blanco: las paredes, los libros sin letras en el lomo, apoyados en una linea del estante que recorría, de parte aparte, cada una de las paredes laterales. También era blanca la mesa baja que mostraba los libros del escaparate, al igual que estos, sin imágenes en la portada y, como pude comprobar después, también en blanco las paginas interiores.

En la puerta de entrada, sobre el cristal, un cartel advertía que el aforo era para una sola persona. Miré el interior y comprobé que no había ningún cliente; un fuerte impulso me hizo empujar la puerta y entrar. 

Al fondo, detrás de una mesa de madera clara; estaba sentada una mujer dibujando o escribiendo en uno de los libros que había sobre la mesa. Levantó la mirada y me observó mientras me acercaba. Con un suave gesto de su mano me indico que tomara asiento en la única silla que había a este lado de la mesa, y esperó en silencio a que yo hablase.

Ante lo insólito del lugar y de la actitud de la persona que tenía enfrente, se me perdieron las palabras. A pesar de ello, ella espero pacientemente a que estas volvieran a encontrarme y, finalmente, le pregunté.

  • ¿Es cierto que se venden recuerdos?.

  • Así es.

  • ¿Como son los recuerdos, que se venden?.

  • Solo lo sabe quien los adquiere.

  • Entonces, ¿como los vende?.

  • Siguiendo las instrucciones.

  • ¿En que consisten?.

  • En el tiempo de silencio, necesario.

  • Necesario, ¿para que?.

  • Para reconocer los recuerdos.

  • ¿Qué valen si uno mismo los consigue?.

  • Según el valor que cada uno les de.

  • ¿Cual es el precio de cada recuerdo?

  • Va implícito, lo valora cada cual.

Durante un tiempo estuve en silencio observando a la mujer que tenía delante. No sabría precisar su edad. Su rostro ovalado era bello a pesar de la ausencia de expresión; la frente era amplia; llevaba el pelo negro peinado hacia atrás, recogido en una trenza que caía por la espalda y descansaba sobre su sencillo vestido blanco. Los ojos grandes y negros miraban directamente a los míos, y sin embargo no intimidaban; sus labios tenían un dibujo perfecto, no sonreía pero su gesto era afable. 

Siguiendo las instrucciones estuve frente a ella, intercambiando nuestras miradas; no recuerdo cuanto tiempo, sin decir una sola palabra; cuando sentí que era el momento me levanté. Como ella me había explicado previamente, cogí uno de los libros que estaban sobre la mesa, la salude con una inclinación de cabeza y salí a la calle. 

Camine directo a casa, allí, abrí el libro y comencé a volcar en él los recuerdos que había adquirido compartiendo el silencio. Cada vez que me quedaba sin ellos, visitaba la tienda, me sentaba frente a ella y el tiempo desaparecía sin palabras, pero siempre salía de allí con multitud de recuerdos, luego los encerraba en el libro blanco que cada vez lo era menos. Cuando estuvo lleno, se lo lleve a la vendedora según lo acordado. Ella se lo quedó un tiempo, y viendo el contenido ilustró la portada. Cuando lo recogí, fue el momento de pagarle. 

Ese es el objeto que tengo entre mis manos. En su interior hay un sin fin de recuerdos. En la parte de fuera una imagen ocupa por completo las dos cubiertas, y en ella aparece una multitud de “deseos””; de esos que solemos soplar cuando los encontramos, para que vuelen lejos y lleguen a su destino. En la fotografiá destacan, blancos, sobre el negro de una noche oscura, deslizándose sobre un mar plateado; del que emergen las letras de color rojo del titulo.  Recuerdos... torbellino de deseos... 

Mientras me quede tiempo, seguiré comprando en esa tienda futuros recuerdos. 

Pepa López



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