DURANTE UN PASEO
Llevaban más tiempo de su vida juntos que separados, cincuenta años para ser exactos. Consideraban una suerte haber conseguido darse uno al otro felicidad. Haber criado y educado tres hijos, todos ellos ya casados, y nietos que les permitían disfrutar de ser abuelos sin grandes sacrificios. La pandemia que estaba asolando el mundo, les tenía restringidas las relaciones sociales, familiares y otras distracciones como viajar. Un largo paseo era la única salida que podían hacer cada día. En la casa ya estaba todo en orden: la cocina después del desayuno, tarea de él; lavadoras y comidas trabajo de ella; de la limpieza a fondo, se encargaba un día a la semana la asistenta. Por lo tanto era el momento de salir, como cada mañana, a caminar los ocho kilómetros para seguir manteniéndose en forma.
-¿Qué dirección tomamos hoy? -dijo él, mientras se ponía la cazadora.
-Me gustaría ir al paseo marítimo para ver la escultura, de la que nos habló mi sobrina; la han colocado junto a las banderas.
-Vale, hoy es un buen día porque está nublado y es laborable, habrá poca gente
-No parece que vaya a llover -dijo ella cerrando la cremallera de su gabardina, mientras entraban en el ascensor.
-Podemos ir por las avenidas que atraviesan la universidad, hoy estará abierta la verja.
Caminaron un tiempo con las manos entrelazadas como solían; cada uno con sus pensamientos.
-Hoy también me entristece ver los árboles llenos de ramas secas, nadie está dispuesto a quitárselas – dijo ella dando voz a su pensamiento.
-Ya... todos los días lo dices.
-De todas las ciudades que hemos visitado, esta me parece la más descuidada; !mira cuánta suciedad, esos papeles y plásticos llevan ahí meses!
-Es algo endémico de esta ciudad, no importa quién la gobierne -dijo él- Parece que es bastante común en los países mediterráneos; acuérdate de Sicilia.
-Si...
Llegados al marítimo se detuvieron a contemplar el mar; gris como el cielo; solo un grupo grande de gaviotas, daban puntos de luz y movimiento a la ancha franja de arena. Y por el agua...
-!Qué rápido se desliza ese catamarán, que envidia! -dijo él.
-Si, como el que tuviste tú.
-Y en el que nunca conseguí que vinieras conmigo.
-Soy de tierra adentro; me intimida la profundidad del mar.
Siguieron caminando hacia la escollera y se cruzaron con pocos paseantes. Una ciudad donde los días de sol son habituales, incluso en invierno, uno nublado aleja a la gente. Él se ajustó bien la bufanda, volvió a cogerla de la mano, se la estrechó suavemente y dijo.
-Por cierto, ayer volviste a recordar lo sola que te sentiste, cuando los niños eran pequeños.
-Sí...
-Vuelves a ello una y otra vez.
-Porque en lo hondo de mí, aún duele.
Él se detuvo, brevemente, la miró y, dijo.
-Necesitaba hacer lo que hice...
Ella apoyó levemente la cabeza en el hombro de él y tiró ligeramente de su mano para continuar caminando, mientras decía.
-Lo se..., pero el tiempo y la distancia le van dando matices; necesito recordar ese sentimiento, para encontrarle sentido. Como ya hemos hablado otras veces de ello; me gusta aquello que decía Kevin, “la vida adquiere sentido en su forma narrada”. -y buscó la complicidad en la mirada de él. Éste señaló con la mano libre.
-Mira ahí está la escultura, !es grande, por lo menos cuatro veces el tamaño natural de un hombre!
Llegaron al lado de la figura, y se detuvieron a contemplarla, luego, soltó ella su mano y dijo señalando uno de los bancos cercanos.
-Vale ¿te sientas y me esperas? Ya sabes que me tomo tiempo para comprender estas cosas.
Mientras ella daba vueltas, lentamente, al rededor de la escultura; él observaba a una y a la otra. Finalmente ella se sentó a su lado y durante unos minutos guardaron silencio, luego él dijo:
-¿Ya...?
-Si, ¿ te gusta? - dijo ella
-Mucho, aunque no sepa lo que dice.
Ella le miró, sonrió, y con un gesto de la mano que abarcaba la escultura, dijo:
-Es magnifica, el artista encontró los elementos precisos para decir lo que quería.
-Y...¿Cuales son? -dijo él.
-Mira: apoya la cabeza y la punta de los pies en el suelo, el resto del cuerpo esta en tensión formando un arco. Tiene la manos abiertas en actitud de acoger, sujetar o implorar. Las facciones del rosto son de un hombre oriental; el gesto es de éxtasis, los ojos cerrados y la boca ligeramente abierta. Está semidesnudo y el autor lo ha titulado, El hombre de arena.
Quedan en silencio, luego, él abriendo sus manos , interrogando.
-Y... ¿que resultado sale con todos esos datos? Preguntó
-Ja... !no te burles!.
-Sabes que no.
-La arena es la tierra mas pobre, necesita muchos cuidados y humedad para ser fértil. El gesto del cuerpo y de las manos están esperando recibir. Hoy es un día a propósito para entenderla, está pidiendo a esas nubes - dijo señalando el cielo- que le den lo que ellas llevan. Es la relación interna del universo, de los seres y las cosas; la que le ha dado al artista el concepto para crearla.
Siguen un tiempo sentados en silencio, mirando el entorno.
-¿Hechas de menos seguir trabajando la escultura? -dijo él.
De ella emanó una risa imprecisa; se levantó despacio, le alargó la mano para invitarle a levantarse, y dijo:
-Ya... elegí. ¿Volvemos?.
El se levantó y emprendieron el camino cogidos de la mano.
-¿Que te apetece comer hoy? -dijo ella.
-Lo que quieras.
-Siempre dices lo mismo.
-Siempre me gusta lo que me das.
-Vale... pero a veces, quiero ahorrarme el trabajo de pensarlo.
Pepa Lopez
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