LOGOS DÍA. (Verbum caro factum est et habitavit in nobis)
Hay momentos en la vida en
los que el tiempo transcurre sin esperar nada: la simple espera desaparece y
deja de devorar los minutos y la vida se convierte en un diálogo interior que
ocupa toda la atención en la acción. Me ato los cordones de los zapatos con
alegría:
—Coge los cordones del zapato izquierdo estira e iguala los herretes,
pasa un cordón por debajo del otro y estira, vuelve a comprobar (a simple
vista) que el largo de los dos cordones es igual, ahora pon el índice derecho
sujetando el nudo que has formado y haz un aro ovalado con uno de los cordones,
dale una vuelta con el otro cordón y haz otro aro ovalado con ese cordón e
introdúcelo por la vuelta que le habías dado, estira suavemente de los aros
ovalados e iguala el tamaño perfectamente —todo esta conversación se la he
dicho a mis manos sin enterarme—. Ahora repite el mismo diálogo con el otro
zapato—repito el mismo diálogo con los cordones del zapato derecho—: ¿Han
quedado perfectamente simétricos? Te han quedado unos lazos perfectos, hoy será
un gran día.
Sólo
me entra recién levantado de la cama un vaso de agua con dos gotas de limón,
pero no es por llevar una dieta alcalina —ya me gustaría a mí cuidarme más—, es
porque no soporto nada sólido hasta que salgo a la calle. Después del aseo personal, en el que entra
todo, y cuando digo todo quiero decir todo (incluso escatologías que no vienen
a cuento), me miro al espejo y me veo guapo: tengo ganas de bajar a la calle
para adornarla con mi belleza. Ayer mismo fue diferente: me até los cordones de
los zapatos y me salieron unos lazos asimétricos: ayer me había visto feo en el
espejo. No todos los días son iguales, aunque todos los días haga lo mismo.
Pero la desconexión nocturna me hace que cada día tenga un despertar diferente.
Y no, no se os ocurra pensar que soy esquizofrénico, simplemente es que nadie
puede manejar los sueños a su antojo, y así es difícil tener una identidad
homogénea.
Como
todos los días bajo al mismo bar a desayunar, vengo a ser un hombre de
costumbres —como todo el mundo—. Los días que me siento feo odio escuchar las
conversaciones de los demás, pero los días que me encuentro guapo, como hoy, me
encanta reposar mi atención en las palabras que escucho a mi alrededor. Como
todos los días Quique me pregunta: “¿Lo de siempre?” Y yo respondo: “sí, sí”. Como todos los días, pues, desayuno en la
barra una tostada de aceite y sal y un café con leche. Pero hoy no es como
todos los días: hoy soy un hombre guapo que adora sentarse solo en las barras
de los bares y tengo una confianza en mí mismo de acero inoxidable, como la
cucharilla con la que remuevo el azúcar del café con leche. Y digo de acero
inoxidable porque sentirme inoxidable me sube la autoestima: ya se sabe que el
oxígeno nos da la vida y también nos la quita al oxidarnos. Hoy me relaja
escuchar a los de la mesa de detrás de mí que se están comiendo un enorme
bocadillo. No entiendo cómo pueden comerse eso a estas horas de la mañana. El
hombre oxidado de rostro ajado y gris —me he girado para ver las caras de la
conversación que estoy robando— habla sin parar, incluso masticando a dos
carrillos, a su joven contrincante y oyente, y digo oyente porque no parece que
escuche al ajado parlanchín, sólo mastica acompasado por la lluvia de palabras
que emite su oponente.
—Mira, yo le he echado un par de cojones y
me he jubilado con cincuenta y siete años. Ahora me dedico a vivir y vivir es
no hacer nada, todo lo demás es someterse al sistema ¿Puede alguien ser feliz
siendo un esclavo? Pues claro que no. En esta vida el que más puso más perdió,
y como dicen los italianos cuando hablan de técnica futbolística: “Cuanto más
haces, más te puede salir mal”, o algo así… El caso es que los macarronis
se ponen todos a defender para que no
les cuelen gol, catenaccio le llaman a eso, creo, y en un contragolpe meten su golito y ganan
haciendo lo menos posible. Ya me he cansado yo de empatar, ahora a esperar sin hacer
nada hasta que meta mi golito. Ya estaba harto yo de los hijos y de currar como
un esclavo; en un mes me he divorciado y me he jubilado de la entidad
financiera en la que he trabajado más de treinta años, a mí ya no me exprimen
más…Y los hijos, que te voy a contar si tú no tienes, pero para mí se han
acabado… —se bebe de un sorbo la cerveza y continua—, y no te digo nada de la
ex, ¡menuda zorra! No te cases y haz lo que sea antes de trabajar en banca. Si
tuviera tus años sabiendo lo que sé… Pero bueno —dice sin parar de masticar—,
lo que me quede a ser libre y a disfrutar. Por cierto ¿vienes mucho por aquí?
Están buenísimos los bocadillos…—el oponente sólo ha contestado a la
conversación con ñam, ñam (masticación)…glu, glu (sonido de la cerveza al pasar
por su gaznate) y le ha dicho que no tenía hijos.
—No
tengo ni idea de cómo están los bocadillos de aquí, no comprendo cómo puedes
comerte eso a estas horas, pero sí, vengo mucho por aquí, todos los días a
desayunar mi tostada y mi café con leche —me puse yo a contestarle al ajado parlanchín
sin mover siquiera los labios, en vista de que su compañero de mesa sólo le
preguntó si iba a tomar carajillo—, creo que estás confuso, rencoroso y te
sientes culpable; además a mí me gusta el estilo futbolístico del Barça: no
todo es ganar, ganar sin divertirse no vale de nada. Y te tengo que decir que
la esclavitud no existe aquí, aquí todos somos dueños de nuestras decisiones y
nuestros errores, ¿Es posible vivir sin hacer nada, sólo comiendo, respirando y
durmiendo, es eso la libertad? Pues no, la libertad está en tomar decisiones,
cometer errores y reconocerlos para construirte todos los días, los que te ves
guapo y los que te ves feo. Yo admiro a los budistas que dicen que “La ruta sin
ruta es la ruta” y buscan la Unidad y la Sabiduría mediante el control de los
deseos, pero eso ya es hacer algo: la ataraxia debe facilitar la vida ¿Cómo es
posible jubilarse anticipadamente con un par de cojones; y llamarle zorra a la
madre de tus hijos? Eso sí que es ser un esclavo del patriarcado, ¡con un par
de cojones!…—no tengo tiempo de seguir hablando con este señor, además creo que
no ha entendido una palabra de lo que mis pensamientos le han dicho.
—Cóbrame Quique, me voy a trabajar —digo
en un perfecto castellano, ofreciéndole un billete de diez euros al dueño del
bar, y son las únicas palabras que salen de mi boca.
—Tres euritos guapo — me contesta Quique
mientras me devuelve el cambio.
Piso
fuerte, hoy me esquivan a mí; los días que soy feo la gente se me abalanza y
tengo que esquivarlos yo. Alguna vez, cuando soy feo, se da la situación
embarazosa de que otro feo inseguro se pone a esquivarme por el mismo lado que
lo esquivo yo y es muy desagradable ese momento de inseguridad compartida, en
el que realizamos el vals de los patosos en plena acera. Desde lejos estaba
viendo a una pareja discutir con aspavientos electrizantes —como todas las
parejas—, al llegar a su altura freno y me pongo a escuchar:
—Te tengo dicho que tu familia me ningunea y
tú nunca me defiendes —le dice ella a él moviendo los brazos como si le hubiera
dado un ataque de epilepsia—; no voy a tolerar los desprecios de tu madre —le
espeta levantando el índice hasta la nariz.
—No me toque los cojones, es mi madre y sólo
quiere lo mejor para su hijo, si tienes la regla ves al psicólogo o tómate un
naproxeno, y no voy a hablarte de la arpía de tu madre…
—Sólo faltaba que te metieras con mi madre
que te adora. Y deja de mirarle el culo a todas las que pasan que pareces un
viejo verde
—Tú estás enferma e imaginas cosas que yo no
hago. Tienes que buscar ayuda porque tus celos mórbidos no te dejan vivir. Creo
que estás tan loca que tienes celos hasta de mi propia madre.
El
tono de voz era ya tan alto que comencé a sentir vergüenza ajena y aceleré el
paso para adelantarlos. Estos se quieren tanto como yo a mí los días que me veo
feo, pensé. Aún pude escuchar:
—Eres un puto machista, insensible, inmaduro
y eres un capullo y no te aguanto más…
—Es que pretendéis mezclar las familias y eso
es como juntar agua y aceite; cada familia tiene sus costumbres y cuando se
intentan imponer en la pareja las de una parte sucede lo que sucede. Además el
historial de agravios tendríais que borrarlo. Ya sé que dicen que cuando dos
discuten es que se quieren, pero si eso es amor, qué será el odio. Y deja de
decirle a tu pareja que está loca y que no te toque los cojones…—no les he
dicho nada y se lo he dicho todo.
Me
concentro en mi bipedismo mirándome la perfección de los lazos de mis zapatos;
avanzo hacia la oficina; tengo que intentar quererme más y dejar de discutir
conmigo; no sé para que me meto en las conversaciones ajenas, ¿Acaso creo yo
que puedo salvar el mundo? Avanzo hacia la oficina a hablar de trabajo y de
dinero: “Qué descanso”. Y a esperar a los clientes mientras los minutos se
devoran a ellos mismos.
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