martes, 27 de abril de 2021

 

             NIRVANA. (Más vale lápiz corto que memoria larga)

 

¿Cuántos lapiceros hacen falta, para no pasar por este mundo sin dar testimonio de lo que me ha pasado, para que mi existencia no desaparezca como el agua de la lluvia desaparece por la alcantarilla? Me gustaría recordar quién era Yo antes de nacer. Alcanzar a comprender que nada de la nada viene, y que algo había antes de que Yo me comenzara a edificar en lo que soy hoy (edificado a base de recuerdos y de ensayo-corrección;  considero que nada es un error). Lo que no me gustaría nada es recordar todas mis vidas anteriores y alcanzar la Iluminación. Creo que me gusta mucho la vida, todavía, para alcanzar el Nirvana: estoy a gusto en el Samsāra.

A veces me hago preguntas y casi siempre no hallo respuestas. No sé de dónde vengo ni adónde voy. De hecho muchas veces abro la nevera y meto las tijeras u otros objetos, cuando en realidad iba a por una cerveza. Cuando cierro la nevera caigo en la cuenta de que he metido el cortaúñas —me estaba haciendo la manicura cuando me ha entrado sed— y no recuerdo lo que iba a coger. Ayer mismo entré en la panadería y cuando la dependienta me dijo: “Buenos días ¿Qué le pongo?”, le pregunté si hacían copias de llaves; cuando explotó en una carcajada diabólica le pedí tres panes de a cuarto y un paquete de rosquilletas —no entiendo que le hiciera tanta gracia mi despiste—. A la media hora recuerdo que había ido a la nevera a por una cerveza, pero ya me he quitado la sed con agua.

Lo mío debe de ser un caso grave, porque mi primer recuerdo tiene más de treinta años cumplidos. Los recuerdos están hechos de un material parecido a las nubes: unos días está nublado y otros hace un sol que no te deja pararte a construir un pasado que no existe. El caso es que ahora vengo de coger una cerveza —esta vez he ido al grano — y  me pongo a bebérmela con ansiedad por ponerme a escribir (me la voy a beber por la boca, no os penséis que mis despistes me hacen beber por un ojo). Al segundo trago, y hoy está muy nublado, me pongo a pensar en mi primer recuerdo —me lo ha pedido el psiquiatra que me está psicoanalizando—.

(Que no me entere Yo de que alguien se ríe con mis despistes, no tiene ninguna gracia, esto le pasa a cualquiera; lo que pasa es que Yo soy valiente y sincero y lo cuento todo. La gente siempre está a la defensiva y no reconoce que nadie es perfecto, bueno sí, en Con faldas y a lo loco sí que lo hacen al final de la peli: es lo que tiene el amor, que ve la perfección en lo imperfecto).

Es media tarde y está nublado —como ya dije hace un rato—. En la ciudad mediterránea donde vivo la humedad estival se acrecienta con los días nublados: las manos me sudan, la frente me suda, los sobacos me sudan, la espalda me suda, los pies me sudan, el cerebro me suda recuerdos…He comido paella y me he acabado la botella de vino. Aunque soy valiente y sincero, lo de la mistela me lo callaré.

Voy a economizar lapicero y voy a dejar de divagar, porque si no acabaré contando cuando me caí de la bicicleta y me erosioné la rodilla —como cuando cuento que meto el cortaúñas en la nevera—. Así es que dormía yo hace más de treinta años y empecé a escuchar un ruido acompasado: “ñic, ñac, ñic ñac…,….,…,…” y así todo el rato. Mis padres dormían en la habitación contigua, que estaba comunicada con la mía por una puerta interior: mi habitación no tenía ventanas, tenía dos puertas: una que daba a la habitación de mis padres (era por donde entraba el sol desde su balcón), y otra que daba al recibidor. Yo por entonces aún no sabía hablar: oía palabras que no sabía lo que significaban, pero mi sueño de bebé quedó interrumpido por aquel frenesí —palmadas, besos, palabras, jadeos…y el ruido acompasado de los muelles del somier (en aquellos tiempos no habían somieres  multiláminas: insonoros para estos casos) — Yo me había cagado en los pañales de trapo (aún no existían los desechables), y el pipí me escocía en las ingles. Me daban ganas de gritar: ¡Mamá, cámbiame!, pero como no sabía hablar, pues no pude hacerlo. Ya me hubiera gustado ser independiente y haberme cambiado yo solito, pero tampoco era el caso. Después percibí el olor a cigarrillo: oler sí que podía y hoy sé que aquel tufo era de los Ducados de papá. Después escuché una conversación que no comprendía y  detecté la falsedad en las pamplinas de mi padre. Recuerdo que después mi madre comenzó a respirar fuerte, mi madre no roncaba, pero Yo sabía que estaba dormida por ese sonido de su respiración. Los dibujos del papel pintado de mi habitación, de animales personificados, me volvieron loco y comencé a berrear como sólo un bebé puede hacerlo —nunca he entendido por qué se creen los padres que a los bebes les gustan los animales personificados, a mí me daban terror y rabia, yo nunca le haría eso a un hijo mío—. El escozor en las ingles era insoportable, más si cabe que el papel pintado. Al rato de berrear empecé a escuchar la voz de mi madre: “pss, pss, cariño, duérmete, mi vida…” —Lo que me faltaba, menuda peste a mierda y menudo escozor—, y mi madre adelantándome —con sus siseos y sus palabras cariñosas— que estaba solo en la vida, “solo y lleno de mierda”, pensé. Continué con mi sinfonía de berreo mayor sostenido hasta quedarme dormido de puro cansancio. Ya había amanecido cuando vino mamá a cambiarme: mis pequeños huevecillos estaban en carne viva. A partir de ese momento mi memoria se difumina y sólo recuerdo que estaba nublado. En mi amígdala quedó grabado ese momento como mi primer recuerdo y ahora sé que lo único que no se borra jamás de la mente es el dolor… y la consciencia de la soledad.

Debe ser Dios quien me ha puesto este escrito mío, de hace más de veinte años, en las manos. Lo he rescatado en mi gris habitación de paredes  blancas, pero un jergón de sesenta centímetros y un pupitre viejo, de los que tienes que subir la tapa engarzada con dos bisagras para guardar cosas, me hacen describirlo como mi habitación gris. De dentro del pupitre, en el que sólo guardo escritos antiguos míos y dos libros: La montaña mágica de Thomas Mann (para repasar la enfermedad de la vida) y el Ulises de James Joyce (para ver si consigo descifrar ese día irlandés) he sacado el escrito ese que rememoraba. Hoy en el monasterio hemos cultivado los tomates, parece ser que las heladas han quedado atrás y este año tendremos una buena cosecha. La vida monacal es todo lo contrario al aburrimiento —como muchos se piensan—. En los tres años que llevo enclaustrado no me he aburrido ni un solo segundo. El tiempo y los recuerdos aquí tienen otra dimensión, o mejor dicho, no tienen dimensión, no existen. El tiempo de ahí afuera aquí no existe. Aquí los relojes son de sol y apenas los miramos. Nadie tiene teléfono móvil ni la sensación de estar perdiéndose algo. El vacío aquí no existe, todo es plenitud: cuando sale el sol ya llevamos un rato rezando, antes, incluso, de que el gallo cante. Después de cultivarnos por dentro, comienza la jornada cultivando el huerto. La culpa, pues, aquí no existe porque todo lo que hicimos nos trajo hasta aquí. Aquí no hay doctrinas, aunque sí disciplina. Cada cual elabora su luz interior sin intentar imponer la suya a los demás: aquí la acción es el único sermón del Monasterio. Aquí no existe la felicidad, pero sí la alegría de vivir; nuestra única Regla es amarnos a nosotros mismos por encima de todas las cosas. Amar al prójimo aquí es fácil, sólo somos diez monjes que estamos ganándonos la vida al perderla, y todos respetamos que cada cual ha de quererse a sí mismo por encima de todas las cosas. Cuando respetas (cuando reconoces) que todos somos santos, aquí dentro y ahí afuera, se acaba el egoísmo, que es ver los defectos de los demás para sentirte bien, y entonces dejas de ver los defectos de ti mismo.   Aquel pasado que ahora he releído —por Gracia de Dios— fue inventado para deslumbrar al psiquiatra que me atendió en aquellos momentos en los que la zozobra se había apoderado de mi existencia. Ahora Él (Dios) sabe la verdad. Y la verdad es que mi primer recuerdo es cuando forniqué por primera vez. Todos los amigos lo habían hecho y me incordiaban por ser virgen. Así que un mal día me fui a que me desvirgara una profesional. Aquello que es mi primer recuerdo verdadero —ahora tengo prohibido mentir, e incluso hablar porque he hecho voto de silencio— resultó ser una gran decepción. Tan decepcionado bajaba las escaleras de aquel lupanar que cuando un negro agitanado —si esto es posible— me ofreció jaco, yo quise probar otro medio de escapar del tedio y acepté el ofrecimiento. Al llegar a casa aspiré aquel polvo marrón por la nariz; en una semana me estaba inyectando todos los días. Y pasaron más de diez años en los que el placer químico se apoderó de mí. Cuando puse remedio me dediqué a fornicar sin amor, y pasé otros diez años sustituyendo el placer químico por el físico. Mi vida se había convertido en el «Mito de Sísifo»: todos mis pensamientos me hacían dar vueltas a una espiral de doble sentido: unas veces para dentro y otras hacia fuera. Todo mi impulso vital era que me dejara de gustar la heroína y me gustara follar, porque yo nunca quise ser un hombre rico, sólo quería ser un hombre alejado de la normalidad. Gracias a Dios, hoy mi vida es una espiral siempre hacia fuera, y todo lo volvería a hacer de la misma manera porque si no es como si no hubiera existido. Ahora hasta me hace gracia leer que hubo un día en el que escribía yo con mayúscula. Como si mi minúsculo yo se lo mereciera; como si yo fuera inglés (los ingleses siempre ponen yo con mayúscula: I), bueno, si se puede decir que un palo significa yo, y cuando les preguntan ¿Quién es? Responden ello es mi, en vez de soy yo (it´s me), es en el único caso en que ponen yo con minúscula y dejan de ser un palo.

La luz que madurará los tomates entra por el minúsculo ventanuco de mi celda. Ahora ya estamos solos Dios y yo. Ahora mi diminuto lapicero liliputiense está a punto de morir acuchillado muchas veces por el sacapuntas. Ahora levito en un éxtasis mundano dónde no existe el pasado, la culpabilidad ni el tiempo. Ahora el placer es extracorpóreo y reconozco el deseo incumplido como la satisfacción verdadera, porque los deseos cumplidos nos vacían el alma al ser infinitos, y lo único no finito en la vida es el espíritu. Ahora por fin he alcanzado la Perfección. Ahora ya no puedo seguir escribiendo porque no hay modo de sujetar el lapicero que ha sido devorado por el sacapuntas —sólo me comunico por escrito, debido al voto de silencio, y fulmino los lapiceros—. Ahora y en la hora de nuestra muerte, que será en plena noche, tras un día nublado…de recuerdos.

 Fdo. Fray Junípero Alcornocal. Monasterio de El Cuervo (Sierra de los Alcornocales)  Benilup-Casas Viejas. Famoso término municipal por los sucesos que acabaron con el primer bienio democrático reformista de la Segunda República. (Aproximadamente dentro de seis años)    A veintisiete de Abril de 2027.

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