jueves, 13 de mayo de 2021

 Manos vivas – Myriam G.

 Manos de pianista. Era su único elogio, aunque nunca le hizo honor: siempre se negó a enseñarme a tocar el piano porque, según él, yo tenía mi propia idea de cómo hacerlo. Así eran mis manos de niña: pequeñas, con dedos largos, finos e inquietos. Manos que reflejaban la impaciencia de mi mente y su curiosidad. También su tozudez. Manos que no supieron hacer una palmatoria con arcilla y conchas de mejillón, pero que se morían por acariciar la cara que había por encima de esas otras manos femeninas que se pasaron la noche terminando la tarea de Plástica. Manos que devoraban incansables páginas y páginas de Enyd Blyton y emborronaban también páginas y páginas de cuadernos de doble línea contando mis propias historias copiadas.

Adolescentes manos de piel de papel de seda. Me perdía en el laberinto fascinante de sus delicadas venas azules y me sumergía en los enigmas de los dibujos de su palma. Preguntas trascendentales sobre si tendría una vida larga, y cuántos novios, y cuántos hijos; si viajaría mucho, si haría algo memorable, si viviría aventuras dignas de los héroes y heroínas de mis lecturas. Y como las líneas enmarañadas de mis manos no me decían mucho, ya buscaba yo las respuestas en libros de personalidad según el zodíaco, en novelas históricas de Noah Gordon, de ciencia ficción de Asimov, o en las rimas y leyendas de Bécquer. Todo tenía su valor. Menos mal que también daba valor a los libros de texto. Mis manos seguían pasando páginas febrilmente, pero ya no las llenaban mis relatos de novata. La sentencia fue brutal: lo que escribía no era original.

Las manos de adulta entregaron y recibieron el anillo de un amor para toda la vida que pasó de ser una razón para existir pletórica, a un espejismo que perseguir y un amargo fiasco del que salir huyendo. Estas manos aún pasean sus venas azules a la vista; ahora también al tacto. Acompañan mis palabras en una danza de pájaros pequeños y pálidos y encierran mis frustraciones en puños rabiosos de nudillos blancos. Estas manos mías se adornan ahora de pequeños berilos dorados y chips de chocolate con leche; y se acercan más al pergamino que al papel de seda porque han sentido, luchado, aprendido… Modelaron arrumacos, se llenaron de vida recién nacida, palpitaron con la magia de la presencia y hormiguearon con la desazón de la distancia. Han sostenido, acariciado, aplaudido y enfatizado. Mis manos, es verdad, nunca volvieron a tocar las teclas de un piano, pero están vivas. Y han vuelto a escribir.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

“Querrás saber por qué no estoy en casa y por qué no he llamado para avisar de que me iba. Esta noche se me ha aparecido la Virgen y me ha d...