UNA PARTE DE MI CUERPO
Mis pies !oh mis pies! tengo que escribir sobre ellos porque es la parte de mi cuerpo que veo sin la ayuda de un espejo. También sin él puedo ver mis manos, están más cerca de mis ojos, pero suelen estar en movimiento, cambian constantemente su apariencia y cuando están en reposo no suelo observarlas. Mis pies, sí los contemplo, porque incluso en acción mantienen su forma; cuando camino los miro y puedo ver alternativamente uno u otro.
No siempre me he sentido en armonía con ellos, es más, hubo un tiempo en que los desprecié, pero cuando era niña nos llevábamos bien. No los tenía en cuenta, me servían para ir a todas partes y me daban alegrías. Como crecían, cada verano y cada invierno me llevaban a la zapatería; resultaba un juego muy divertido probarme todos los zapatos que quisiera. Era lo único que podía elegir porque todo lo demás, me lo hacia mi madre sin consultarme.
Fue en la adolescencia cuando estuvimos enfrentados mis pies y yo. No me parecían elegantes, no como los que tenían las diosas de los cuadros, al contrario. Si estaba tumbada en la hierba, levantaba uno y lo contemplaba enmarcado sobre el cielo, me parecía un árbol visto en la lejanía, de tronco muy gordo al que le hubieran podado cada una de las ramas, dejando solo un cachito. Cuando salía al amanecer a caminar por la playa, me gustaba observarlos mojados por las olas e iluminados por el sol, entonces eran de oro; pero si miraba hacia atrás para ver sus huellas, estas, parecían las aletas de un pequeño buceador invisible.
Comprar unos zapatos de diseño era difícil; si los elegía para que cupieran a lo ancho, la punta era tan larga que parecían encastrados, cada uno, en un pez espada. Tuve suerte cuando mi actriz favorita, a la que de haberme encontrado con el genio de la lampara, le abría pedido parecerme; puso de moda unos zaparos bajitos, de punta ancha y redonda, además, bonitos y de distintos colores; entonces la adoré.
Conseguí reconciliarme con ellos, cuando un amigo pintor mirándolos con cara de asombro dijo, !tienes unos pies Picassianos! y quiso dibujarlos. Yo, que me quedaba extasiada con los maravillosos pies que hay en los cuadros renacentistas, largos, proporcionados, mucho mas bellos que las manos, con las que la mayor parte de los artistas no aciertan, quizás, porque en reposo pierden vida. Por fin, alguien se había dedicado a concebir mis pies en una obra de arte.
Ahora los siento plenamente míos, y con raíces que se han ido formando en contacto con los lugares por los que han andado, vivido, creando un bosque de recuerdos que han hecho que arraiguen, incluso, en la fluidez del movimiento. Y ahora saben, un poco más, a dónde quieren y pueden ir.
Pepa Lopez
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