FOIE GRAS
Sé
que estás ahí encerrado por doce barrotes de hueso, pero nunca te he visto.
También sé la forma que tienes porque un día lo busqué en Internet. Eres
granate como un bobal y la gente se cree que eres marrón rojizo porque lo dice
el listo de google que es muy, pero que muy, listo —a los patos y las ocas las
sobrealimentan para hipertrofiarles el hígado y hacer un alimento gourmet: el
clásico chauvinismo francés les hace venderse como nadie sabe hacerlo y
promocionar sus asquerosas comidas como si fueran manjares—. Yo a ti te doy todos los fines de semana una
gran dosis de hipertrofia, pero no es para hacer foie gras es para divertirme.
Ojalá
supieras escribir pero sólo te manifiestas en valores enzimáticos de GAMMA-GLUTAMIL TRANSPEPTIDASA,
TRANSAMINASA GOT y TRANSAMINASA GPT, y yo, como soy muy listo, engaño al médico
y cuando me van a realizar la extracción de sangre me tiro unos días sin hipertrofiarte.
El caso es que cuando te manifiestas tampoco dices la verdad —si es que la
verdad existe—. Hoy es lunes por la mañana y debes estar enfadado conmigo en tu
prisión de mi costillar derecho. Lunes por la mañana, resacoso y aquí estoy intentando describirte en mi viejo escritorio
con forma de piano vertical: en lugar de teclas tiene una base para escribir de
la que nacen dos cajones en los que guardo recuerdos. En la segunda altura
también hay cuatro cajones con más recuerdos. En la base superior más
recuerdos. Este viejo escritorio ha resistido cuatro mudanzas y eso es mucho
resistir porque no contrato a ninguna agencia de mudanzas y los amigos que me
ayudan a transportar mis enseres siempre van borrachos —seguro que tienen el
hígado hipertrofiado como un pato francés—. La verdad es que tengo el culo
dolorido por la silla de vieja oficina que siempre ha acompañado al escritorio:
la base es de madera, color nogal como el escritorio, y está muy dura para mis
vetustas nalgas, pero es que hace muy buen juego con el escritorio. Es de esas
sillas con el respaldo semicircular y tablillas, lo bueno que tiene es que es
giratoria y puedo dar vueltas sobre ella hasta pillar un mareíllo como si
hubiera bebido, y este mareo no me inflama el hígado. La silla también ha
soportado los golpes de los traslados por mis amigos ebrios, deben de ser de
madera muy noble (la silla y el escritorio) no como mis dipsómanas amistades.
Voy
a repetir que es lunes por la mañana, por varias razones, las principales son
que estoy intentando comprender a mi hígado y la otra es porque los dos odiamos
los domingos por la tarde y los lunes por la mañana —vuelvo a repetir— con
todas nuestras fuerzas. Es difícil describir algo que no se ve, porque si yo
describiera mis pies recordaría a aquella chica que me dijo que yo era más feo
que un pie. Ahora miro mi pie y comprendo: mi segundo dedo del pie es más largo
que el primero y mi talón —que no de Aquiles— es una callosidad.
Repito,
hoy es lunes por la mañana y mi hígado debe estar hinchado como el de una oca
francesa; lo que me lleva a pensar en el maltrato animal; lo que me lleva a
deducir —yo los lunes por la mañana deduzco muy mal— que se deberían de hacer
leyes contra el maltrato hepático. Y también se deberían agregar a las leyes
contra el maltrato animal la prohibición de atiborrar a animales para que se
les duplique el tamaño del hígado y se haga con ello un producto que untado en
una rebanada de pan le haga pronunciar a algún comensal, con delirios de
grandeza, la palabra más malsonante cuando se está uno alimentando, y esa
palabra es… los lunes por la mañana se me olvidan algunas palabras.
No
pretendo hacer un ensayo sobre mi hígado, yo no soy médico, soy mecánico de
coches, pero una vez me dijeron que el hígado es el segundo órgano más grande
en las personas, sólo por detrás de la piel. Los lunes por la mañana el segundo
órgano más grande de mi cuerpo es tan grande como yo. Él está procesando el fin
de semana y manda sobre mí. Mi cabeza deduce mal y hasta se me olvidan palabras
y todo es culpa de que tengo al hígado que estoy intentando describir rindiendo
a toda máquina —creo que los lunes por la mañana me odia, pero no se puede
escapar de sus doce barrotes de mis costillas—.
Me
pongo a dar vueltas en mi silla giratoria y no he dicho dónde vive mi escritorio
y mi silla: en todas las casa habían habitado en el salón pero ahora están en
mi dormitorio, al lado izquierdo del escritorio hay un mirador enorme de casi
dos metros cuadrados, a la derecha está la cama y un armario con espejo en el que
ahora me estoy viendo, justo detrás del escritorio una biblioteca con puertas
de cristal para que no se me llenen de polvo los libros. Mientras doy vueltas en mi silla giratoria se
me pone a hablar mi hígado:
—
Hola tú, soy yo,
tu hígado, estoy harto de los lunes por la mañana que me das. Nacimos el mismo
día del mismo mes del mismo año y tus creencias son las mías y tus vicios
también, pero como sigas así me voy a morir. Para serte sincero cuando te pasas
de la cerveza al whisky te odio como sólo un hígado puede odiar.
Paro
de dar vueltecitas en mi silla giratoria, que el mareo me está haciendo
escuchar a mi hígado hipertrofiado. Además acabo de recordar esa palabra que me
da tanta rabia cuando alguien la pronuncia mientras mastica: “EXQUISITO”.
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