jueves, 20 de mayo de 2021

 

FOIE GRAS

 

Sé que estás ahí encerrado por doce barrotes de hueso, pero nunca te he visto. También sé la forma que tienes porque un día lo busqué en Internet. Eres granate como un bobal y la gente se cree que eres marrón rojizo porque lo dice el listo de google que es muy, pero que muy, listo —a los patos y las ocas las sobrealimentan para hipertrofiarles el hígado y hacer un alimento gourmet: el clásico chauvinismo francés les hace venderse como nadie sabe hacerlo y promocionar sus asquerosas comidas como si fueran manjares—.  Yo a ti te doy todos los fines de semana una gran dosis de hipertrofia, pero no es para hacer foie gras es para divertirme.

Ojalá supieras escribir pero sólo te manifiestas en valores enzimáticos  de GAMMA-GLUTAMIL TRANSPEPTIDASA, TRANSAMINASA GOT y TRANSAMINASA GPT, y yo, como soy muy listo, engaño al médico y cuando me van a realizar la extracción de sangre me tiro unos días sin hipertrofiarte. El caso es que cuando te manifiestas tampoco dices la verdad —si es que la verdad existe—. Hoy es lunes por la mañana y debes estar enfadado conmigo en tu prisión de mi costillar derecho. Lunes por la mañana, resacoso y aquí estoy  intentando describirte en mi viejo escritorio con forma de piano vertical: en lugar de teclas tiene una base para escribir de la que nacen dos cajones en los que guardo recuerdos. En la segunda altura también hay cuatro cajones con más recuerdos. En la base superior más recuerdos. Este viejo escritorio ha resistido cuatro mudanzas y eso es mucho resistir porque no contrato a ninguna agencia de mudanzas y los amigos que me ayudan a transportar mis enseres siempre van borrachos —seguro que tienen el hígado hipertrofiado como un pato francés—. La verdad es que tengo el culo dolorido por la silla de vieja oficina que siempre ha acompañado al escritorio: la base es de madera, color nogal como el escritorio, y está muy dura para mis vetustas nalgas, pero es que hace muy buen juego con el escritorio. Es de esas sillas con el respaldo semicircular y tablillas, lo bueno que tiene es que es giratoria y puedo dar vueltas sobre ella hasta pillar un mareíllo como si hubiera bebido, y este mareo no me inflama el hígado. La silla también ha soportado los golpes de los traslados por mis amigos ebrios, deben de ser de madera muy noble (la silla y el escritorio) no como mis dipsómanas amistades.

Voy a repetir que es lunes por la mañana, por varias razones, las principales son que estoy intentando comprender a mi hígado y la otra es porque los dos odiamos los domingos por la tarde y los lunes por la mañana —vuelvo a repetir— con todas nuestras fuerzas. Es difícil describir algo que no se ve, porque si yo describiera mis pies recordaría a aquella chica que me dijo que yo era más feo que un pie. Ahora miro mi pie y comprendo: mi segundo dedo del pie es más largo que el primero y mi talón —que no de Aquiles— es una callosidad.

Repito, hoy es lunes por la mañana y mi hígado debe estar hinchado como el de una oca francesa; lo que me lleva a pensar en el maltrato animal; lo que me lleva a deducir —yo los lunes por la mañana deduzco muy mal— que se deberían de hacer leyes contra el maltrato hepático. Y también se deberían agregar a las leyes contra el maltrato animal la prohibición de atiborrar a animales para que se les duplique el tamaño del hígado y se haga con ello un producto que untado en una rebanada de pan le haga pronunciar a algún comensal, con delirios de grandeza, la palabra más malsonante cuando se está uno alimentando, y esa palabra es… los lunes por la mañana se me olvidan algunas palabras.

No pretendo hacer un ensayo sobre mi hígado, yo no soy médico, soy mecánico de coches, pero una vez me dijeron que el hígado es el segundo órgano más grande en las personas, sólo por detrás de la piel. Los lunes por la mañana el segundo órgano más grande de mi cuerpo es tan grande como yo. Él está procesando el fin de semana y manda sobre mí. Mi cabeza deduce mal y hasta se me olvidan palabras y todo es culpa de que tengo al hígado que estoy intentando describir rindiendo a toda máquina —creo que los lunes por la mañana me odia, pero no se puede escapar de sus doce barrotes de mis costillas—.

Me pongo a dar vueltas en mi silla giratoria y no he dicho dónde vive mi escritorio y mi silla: en todas las casa habían habitado en el salón pero ahora están en mi dormitorio, al lado izquierdo del escritorio hay un mirador enorme de casi dos metros cuadrados, a la derecha está la cama y un armario con espejo en el que ahora me estoy viendo, justo detrás del escritorio una biblioteca con puertas de cristal para que no se me llenen de polvo los libros.  Mientras doy vueltas en mi silla giratoria se me pone a hablar mi hígado:

    Hola tú, soy yo, tu hígado, estoy harto de los lunes por la mañana que me das. Nacimos el mismo día del mismo mes del mismo año y tus creencias son las mías y tus vicios también, pero como sigas así me voy a morir. Para serte sincero cuando te pasas de la cerveza al whisky te odio como sólo un hígado puede odiar.

Paro de dar vueltecitas en mi silla giratoria, que el mareo me está haciendo escuchar a mi hígado hipertrofiado. Además acabo de recordar esa palabra que me da tanta rabia cuando alguien la pronuncia mientras mastica: “EXQUISITO”.

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