jueves, 20 de mayo de 2021

 


Aparecí en un pasillo de repente, el pasillo más feo que había pisado jamás. Había una puerta al fondo desde la que se oía la voz del niño, que repetía las mismas palabras una y otra vez. Pese al aturdimiento, supe que debía sacar al niño de la habitación y llevarlo fuera del pasillo, pero no me movía del miedo, pese a que era un  simple pasillo. Di dos, tres y hasta siete pasos pero no di más porque se abrió frente a mi otra puerta del lado izquierdo del pasillo de la que salió un hombre en esmoquin y con una copa en la mano.

- ¿Qué hace usted ahí fuera?. Debería venir a celebrar

- Ahora mismo no me viene demasiado bien- ya me había hecho a la idea de ir a por el niño y aquel hombre me estaba distrayendo.

- Yo, si fuera usted, entraría cuanto antes. Se está mejor dentro que fuera.

En el fondo quería entrar porque las conversaciones y la música que salían de aquella puerta me parecían mil veces más apetecibles que el pasillo inhóspito y me picaba la curiosidad por ver cómo era la celebración y qué tipo clase de gente había allí. El hombre me invitó a pasar con la mano y entré, no sin dar un último vistazo a la puerta del final del pasillo y sintiéndome algo culpable por dejar al niño solo y a su suerte.

El salón al que accedí era más grande de lo que parecía desde fuera, y la decoración era elegante y opulenta. Había hombres en traje y mujeres en vestido sentados, bien fumando, bien bebiendo, bien riendo o comiendo; los que no, bailaban frente al escenario. Una fiesta típica de ricos en aquellos felices años veinte. Era mejor estar allí que fuera y el niño ya me daba un poco igual.

- Disfrute de la fiesta. Allí está la barra, vaya a que le sirvan una copa.

El hombre de la puerta señaló un bar, solitario de no ser por el camarero, al fondo al que no dudé en acercarme.

- Buenas noches, ¿qué sirvo? Champán, whisky, ron…  Le recomiendo este de aquí.

- Me parece bien.

Y me sirvió una copa de algo que sabía bien y pedí otra y luego otra. Qué buen lugar: música, bebida, elegancia… El 1921 era un buen año en el que estar. Saqué la cartera para pagar.

- ¿Aceptáis euros?

- Dólares, señor, pero invita la casa.

- Ah, menos mal… pues no diré que no.

El camarero no tenía más clientes a los que atender y no teniendo allí a nadie conocido con quien hablar le di conversación. 

- ¿Desde cuándo trabajas aquí?

- Desde el año pasado, señor.

- Y ¿no te aburres aquí solo?

- Bueno, realmente hay momentos en lo que no se acercan muchos, pero hay quienes me dan conversación, como usted está haciendo ahora.

- Ya.

- Desde luego es mejor y me pagan más que en la mi trabajo anterior.

- ¿Cuál era?

- Trabajé en una cadena de montaje de armas en Inglaterra. Nací allí pero, tras la guerra, la fábrica quebró. Mi hijo murió en el frente y mi mujer unas semanas después de pena y como no me dejaba allá nada suficientemente importante vine a buscar trabajo a Estados Unidos.

En una oración me había soltado todas sus desgracias.


(...)


Entonces me di cuenta de que ya no quería estar más allí. Todo aquel glamour no era más que una faceta superficial. En realidad, la mayoría de personas de aquella fiesta eran desgraciadas y la conversación que tuve con el camarero me quitó las ganas de formar parte de aquel mundo. Con las distracciones me había olvidado de lo que quise hacer cuando estaba en el pasillo. Durante el tiempo que había perdido podría haber sacado al niño de la habitación; tenía que despedirme y volver.

- Me tengo que ir ya, gracias por todo.

Y me fui sin esperar su reacción. Realmente me daba pena aquel hombre y lo que había vivido allí, por lo que no me costó volver por donde había venido. Pero otra parte de mi mismo se sentía culpable por desaprovechar la oportunidad de quedarme en aquel lugar porque sabía que no podría volver jamás. Finalmente, volví a preguntarme si debía rendirme y dejar allí al niño o asumir los riesgos de llevármelo. Opté por lo segundo porque era mejor arrepentirme después que seguir pensando sin hacer nada en un pasillo tan feo. Fui hacia la puerta del fondo, abrí y ahí estaba el niño, sentado en la cama y repitiendo, con la mirada perdida, las mismas palabras que cuando le oí al principio . 

Le toque para que parase de hacer aquello y me prestase atención. Me miró a los ojos.

- Si te quedas aquí haciendo tonterías corres peligro. Ven conmigo; se dónde está la puerta de salida.

No esperé ninguna respuesta por su parte, le cogí la mano y lo saqué de la habitación sin resistencias. Al fin y al cabo era un niño que confiaba en lo que mandara un adulto como yo. Solo quedaba atravesar de vuelta el pasillo y habría acabado todo. 

- Por favor, devuelve al niño a la habitación.

Como me esperaba, no sería todo tan fácil. Un tío nos cerraba el paso al final del pasillo porque, al igual que el hombre que me invitó a la fiesta, en este pasillo siempre aparecen nuevos obstáculos. Pero la de ahora es una distracción más peligrosa porque el hombre lleva un arma y parece dispuesto a usarla con tal de que el niño vuelva donde estaba. 

No me importa; no quiero volver a debatir sobre qué hacer o qué no hacer, si dejar solo al niño o no dejarlo solo. Entonces me he puesto de cuclillas, a la altura del niño y le he dicho:

- Me tendrás que permitir que mate a tu padre. Es un demente.

Ahora me levantaré y me enfrentaré al hombre. Quién sabe si saldré herido, pero confío en no morir, porque lo que este loco no sabe es que, al sacar al niño, yo también dispongo de un arma con la que defenderme.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

“Querrás saber por qué no estoy en casa y por qué no he llamado para avisar de que me iba. Esta noche se me ha aparecido la Virgen y me ha d...