- Buenas tardes, señor.
- Buenas tardes.
- Aquella mujer me ha informado de lo sucedido y ha de saber que está cometiendo un delito muy grave. Haga el favor de acompañarnos al coche.- el policía hizo el ademán de esposar al hombre, pero este se apartó hacia un extremo del banco.
- No entiendo a qué se refiere. Yo estaba sentado aquí desde hace rato sin hacer nada, pregúntele al camarero de ese bar. No pueden detenerme así, de repente. La mujer se estará confundiendo de persona.
El hombre se puso algo nervioso. Ya le habían sucedido suficientes rarezas aquellos días como para que ahora le tomaran por un malhechor.
- Mire, como usted entenderá no es cuestión de montar un escándalo en un parque infantil. Acompáñenos y trataremos el tema en comisaría.
El hombre tampoco quería retar al musculoso policía, así que decidió dejarse llevar por la situación. Cuando llegasen al lugar aclararía el asunto y, quién sabe, quizá incluso le indemnizaban por las molestias causadas.
- Está bien, no me resistiré pero, créanme, pierden el tiempo conmigo.
Puesto que el hombre hizo el trabajo fácil a los policías no hicieron falta las esposas, lo que realmente le alivió, aunque ir en un vehículo policial entre rejas le transmitió vibraciones un tanto desagradables. Sería por el desconocimiento de la <<sensación de delincuencia>>.
El coche aparcó delante de un bajo de baldosas rojas y los dos agentes dirigieron al hombre hasta el asiento de una oficina de paredes translúcidas. Uno de ellos se sentó en la mesa de enfrente y el otro se mantuvo de pie, cerca de la puerta. El agente de la mesa sacó una libreta y un bolígrafo.
- Dígame, ¿ha consumido alcohol o algún otro tipo de sustancias psicotrópicas?
- Un momento, un momento. He sido detenido repentinamente y aún no he recibido ninguna explicación sobre el motivo. Hasta hace poco el descanso en mobiliario urbano no estaba prohibido.
- Mire, parece que no está al tanto de la situación, así que iremos al grano: una mujer ha llamado avisándonos de la presencia de un hombre erecto delante del parque donde jugaban sus hijos. Cuando llegamos resulta que nos encontramos con usted, un hombre que se ajustaba a la descripción perfectamente.
En aquel instante, el hombre comprendió el verdadero peligro de su condición paranormal.
- Esto ha sido un malentendido, por favor, dejen que les cuente mi problema. Hace unos días comencé a notar una extraña sensación en la lengua: no permanecía reposada entre las filas de dientes, se enrollaba hacia arriba como queriendo alcanzar mi campanilla. Mi mujer y yo lo atribuimos a una mala posición de la boca al dormir, por lo que ni uno ni otro le dimos importancia. "Durante la mañana se te pasará", me dijo ella. Pasaron un par de horas y, efectivamente, la lengua volvió a su posición habitual, pero lo verdaderamente extraño ocurrió el día de después: mi brazo se elevó involuntariamente. Lo sé, suena a marciano, pero así ocurrió. Si lo dejaba en reposo subía como un globo y ahí se quedaba, como cuando un preescolar quiere responder una pregunta en clase. Mi mujer se enfadó porque pensaba que lo hacía adrede, saben, pero el brazo solo bajaba si yo hacía el esfuerzo, como si me encontrase sumergido en una piscina. Por supuesto, no se me ocurrió pensar que aquello tenía algo que ver con lo que había sentido en la lengua el día anterior. Puesto que no me quería presentar en la oficina haciendo el saludo nazi, llamé para decir que me encontraba indispuesto. Al rato, el brazo bajo, pero la cosa no acabó ahí. Poco después el otro brazo hizo lo mismo. Podría haber esperado a que todo volviera a la normalidad como ya había hecho antes, pero la situación se volvió tan ridícula que decidí acudir al ambulatorio, y ahí me presenté. No saben la vergüenza que pasé durante el camino y en la sala de espera. Yo, por supuesto, hacía fuerza para mantener el brazo en su lugar habitual, pero en cuanto me descuidaba volvía a subir. Todos parecían confundirme con un demente, hasta un niño se acercó y me chocó los cinco en la mano levitada. Cuando llegó mi turno con el médico le expliqué todo lo que les he contado hasta ahora y me sometió a un análisis general: comprobó los músculos del brazo, masajeó mi cuello, me hizo preguntas sobre mi estilo de vida, y finalmente, me extrajo sangre. Se le notaba confuso, probablemente yo sería el único que se había presentado con un problema de aquellas características. Salió de la consulta para analizar la muestra, cuando casualmente mi brazo volvió a su estado habitual. Dado que cuando volvió comprobó que yo había lo vuelto a la normalidad y que la muestra de sangre no reportaba extrañezas (exceptuando algo de colesterol alto), me diagnosticó <<falta de gravedad intermitente>> y me pidió que volviese en caso de que la situación se agravara. Creo que el médico no se lo tomó muy en serio, pero ¿qué iba a hacer yo?, ¿zarandear al hombre para que me recetara algún medicamento que mantuviese mis extremidades en el suelo? Así que fui optimista y me dije: <<puede que no ocurra más>>. Pero no fue así, ya que, como pueden ver, he perdido la gravedad de mi pene en el momento y lugar menos oportunos. Les juro que no estaba haciendo cosas obscenas en aquel parque, tan solo me senté en el banco para descansar. Aquella mujer se fijaría en los extraños movimientos de mi pene con levedad y se asustaría, es comprensible, pero, ¿qué podía hacer yo? Ni siquiera me había dado cuenta hasta que han venido ustedes, ocurre sin que yo pueda hacer nada. ¿Entienden lo que les digo?
- Mire, su historia es de todo menos convincente y no tenemos tiempo para tonterías. Vamos a tener que hacerle un control de drogas y alcoholemia.
- Por favor, tienen que creerme. Llamen a mi médico, él se lo explicará. Si quieren les doy su número. Mi mujer me espera en casa- de nuevo, se puso nervioso.
- Está bien, tranquilícese, pero entienda que no puede marcharse sin que hagamos ciertas comprobaciones. Mientras mi compañero se encarga de ello yo llamaré a su médico.
Un par de llamadas y papeleos más tarde, el hombre pudo ser libre de nuevo. Efectivamente, el médico les había explicado la misma historia y se pudo comprobar que el hombre no estaba colocado, por lo que a los policías no les quedó más remedio que dejarlo marchar. Eso sí, mientras acompañaban al hombre de vuelta a su casa no pudieron evitar dudar acerca de su cordura.
- Buenas noches, señor, esperamos no tener que volver por aquí.
Una vez llegaron a la dirección del hombre y el coche volvió a ponerse en marcha ya sin él para dar media vuelta, uno de los dos policías se percató por el retrovisor de su extraña manera de caminar. Como si quisiera imitar a un bailarín, cada paso que daba elevaba lateralmente la pierna derecha y bruscamente volvía a bajarla. Definitivamente, la locura no siempre era consecuencia de estimulantes.
Pasados unos días desde que ocurrió esta historia, una mujer lloraba desesperada al teléfono. Afirmaba que, caminando por la calle, su marido se despegó del suelo y no dejó de subir hasta que desapareció en el cielo. Imploraba la ayuda de las autoridades.
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