MELANCOLIA
El olor del tiempo encerrado me recibe; suelto la pequeña maleta, abro ventanas, puertas, dejo entrar el atardecer de otoño; salgo al jardín, en el seto de hortensias que lo rodea todavía hay flores, recojo un ramo para ofrecerlo a la casa y desde allí la contemplo. Me gusta la austera sencillez de ese cubo de dos plantas recubierto de piedra por el que trepa la hiedra. Fue de mis abuelos, ahora mía, y guarda momentos importantes de mi vida. Reparto las flores, quito las fundas blancas que cubren los muebles, cierro puertas, ventanas, ya es de noche, enciendo la chimenea y me siento a mirar, escuchar el trepidar del fuego, el quejido de esta vieja casa y mi lamento. Es la primera vez que la habito sola.
La añoranza se llevó el sueño y la pasada noche ha sido larga; ocupada por el recuerdo de sus manos acariciando mi cuerpo como un talismán; de serlo, pienso, hubiera ahuyentado la muerte. Necesito caminar, me pongo la vieja gabardina marrón claro, que lleva años colgada al lado de la puerta; salgo a la carretera por la cancela del jardín que se queja del largo abandono, pienso engasar las bisagras a la vuelta. El pueblo al otro lado del puente ya está despierto. Voy en dirección a la aldea que se ve a lo lejos, en lo alto del monte, entre la masa de arboles, pienso, el bosque parece infinito; he venido como siempre para ver el esplendor del otoño; es un rito heredado, siempre he hecho este camino acompañada, ya no.
El sol juega al escondite con las nubes; pienso, aparece, hace brillar las hojas, desaparece, todo es gris, pienso si el intervalo se puede medir, prever aunque dependa del viento; Él, como experto estadístico tendría respuesta. Ya he entrado en el bosque, no recuerdo cuando he dejado la carretera; escucho la risa de mis hijos jugando a perseguirse, miro alrededor y no les veo; es el sonido del riachuelo que sigue el sendero en el que estoy; también él transcurre siguiendo su ineludible camino.
Me adentro más en el bosque, los hongos escondidos me dejan sentir su aroma. En un claro distingo una pareja, Él es alto, fuerte, ella pequeña a su lado; viste una gabardina marrón claro como la mía, pienso, la suya es nueva; su melena larga y oscura cae por su espalda, pienso, Él acaricia ese pelo como si deslizara su mano por el agua; se cogen de ambas manos y dan vueltas mirando la cúpula dorada de los árboles; Él dice, lo conseguiste señora catedrática; Ella ríe y dice, también tú; creo que puedes llegar a saber cuantas hojas tiene este bosque; Él sonríe, con mediciones adecuadas quizás pueda conocerlo, dice. Se abrazan, se buscan y acaban amándose sobre el lecho de hojas; están ensimismados, no me ven.
Una intensa luz ilumina el bosque y el trueno lo hace temblar; el cielo casi negro deja caer gruesas gotas; vuelvo a mirarles, no les veo, alrededor no hay nadie, solo arboles y lluvia. Camino, pienso, he de encontrar el sendero, me llevará a la carretera y por allí a casa. Solo veo arboles, sigo adelante, estoy rodeada de arboles y lluvia más intensa cada vez; pienso, voy en sentido contrario al sendero, no oigo el riachuelo que podría guiarme, pienso, la lluvia no me deja escucharlo; tampoco es este el camino, pienso que estoy dando vueltas en circulo, todos los troncos son iguales; el agua resbala por mi pelo se desliza por el cuello de mi gabardina y está mojando la ropa que llevo debajo; también mis botas están llenas de agua; no distingo mas allá del árbol que tengo delante, pienso que tengo que seguir, no puedo rendirme, pienso, he de encontrar el sendero y desde allí la carretera que me llevara al pueblo y a casa. La ansiedad, el cansancio, el miedo, una noche en vela, un bosque infinito y esta lluvia, pienso, es una suma de resultado infalible. Sigo caminando. Un grito se ahoga en mi garganta, está delante de mí, parece el tronco de un árbol pero tiene figura humana; el agua resbala por el negro impermeable que lo cubre entero; el temor me paraliza; emite un sonido que no entiendo, el gesto de su mano indica que le siga, pienso que no tengo alternativa, le sigo, camina muy deprisa, temo perderlo, caminamos un tiempo que parece eterno, la lluvia sigue, tiemblo, pienso, estoy agotada voy a caer, le sigo. Me alivia ver el sendero, la lluvia suena más fuerte que el riachuelo, pienso, estoy mojada como si me hubiera sumergido en él. Le sigo, pienso, cada vez anda más deprisa, o me lo parece.
En la carretera, hemos llegado, hay un coche furgoneta, abre la puerta y me indica con gesto imperativo que entre, rodea el vehículo y abre la otra puerta, se quita el impermeable, se sienta, cierra la puerta y lo deja detrás del asiento; coge de allí una manta y me la da; me cubro con ella, huele como si hubiera arropado a la humanidad entera, y el coche a rebaño. Le miro y pienso, su perfil es clásico, el pelo gris, rizado, su ropa es vieja y concentra el olor del bosque. Conduce despacio, atento a la carretera, el coche se mueve como una barca entre el agua; sigue en silencio, aun desconozco su voz. Cierro los ojos y me dejo llevar; pienso, es Caronte que ya está aquí, hace cinco meses que le invoco; estoy muy cansada, tiemblo pero me siento en paz.
Nos detenemos. Abro los ojos y encuentro los del conductor mirándome, negros, brillantes; escucho su voz por primera vez.
Hemos llegado, dice
Su mano señala detrás de mi, allí, como una aparición está mi casa envuelta en la lluvia.
Sabe donde vivo, digo
Si
Vive en el pueblo
No, en la aldea
Le conozco
No, usted nunca me vio
Creí que estaba muriendo, digo
Todavía no es el momento, dice
Tiene que entrar, quitarse esas ropas mojadas, esta temblando.
Quisiera darle las gracias, digo
Otro día, dice
Atravieso la lluvia, llego a la puerta y desde allí le miro, hace un gesto de despedida, yo también, él da vuelta al coche y se marcha por la carretera.
Sentada delante de la chimenea, mirando el palpitar de las llamas, pienso, todavía no es el momento como dijo él. Siento el alma de la casa, teníamos pensado vivir en ella la mayor parte del tiempo, cuando dejásemos de trabajar. He decidido quedarme, quiero comprobar cuántas palabras necesito para contar una historia.
Pepa Lopez Albelda
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