miércoles, 9 de diciembre de 2020

LA FORASTERA

¡Dios! Como me dolía la cabeza. Ayer murió papá de repente. Siempre se muere de lo mismo: de repente. No pienso ir al tanatorio ni al entierro. Abro el botiquín y compruebo que el ibuprofeno no está caducado (CAD- 07- 2019), me tomo 2 de 400mg. Ahora para que te den el de 600mg hace falta receta, y yo no he ido al médico en mi vida y mucho menos al ambulatorio o al hospital.

Hoy es 4 del mes 4 del año 2019; subo a mi Seat Panda de 1995, con matrícula 3733 (las letras no logro aprenderlas nunca). Yo no sé por qué la gente piensa en palabras si todo se reduce a números. Cuando de pequeña me hicieron el test de CI me dijeron que tenía un CI 190. Años después me llevaron al psicólogo porque pensaban que no tenía inteligencia emocional —estupideces—.

Decido ir por la carretera secundaria al instituto de Segorbe. Es la antigua N-234. Quiero recordar a mi padre, y cuando era niña íbamos por esa carretera a un pueblo de montaña a veranear. Hoy tengo que explicarles a los chavales los Logaritmos neperianos, no consigo entender cómo no los entienden a la primera. Antes de arrancar el motor compruebo que la itv me vence el día 5 del mes 12 del año 2019. La gente se extraña de que haga 100 quilómetros todos los días (del día 1 al día 5 de la semana; el día 6 y día 7 de la semana no hay clases: así va el mundo). Pero es que no soporto vivir en poblaciones de menos de 500.000 habitantes; debe de ser porque nací en Guadalajara y hasta los 8 años viví allí; recuerdo nítidamente los 783 pasos que separaban mi casa del parvulario y lo que me entristecía la falta de estímulos en una ciudad sin tráfico y sin gente. Tomo el desvío hacia la antigua N-234 y comienzo a contar curvas (llevo 11 a la izquierda y 14 a la derecha); compruebo que los carteles siguen marcando los mismos quilómetros de cuando yo era niña (Segorbe 15 Km; Barracas 43 Km; Teruel 57 Km); memorizo todas las matrículas de los autos que me adelantan, sólo los números (7957; 9137; 2711…). Llego al instituto y me llama mi madre diciéndome que no he ido al tanatorio —como si yo no lo supiera—, le digo que estoy trabajando y me cuelga. De los 34 alumnos sólo 3 han comprendido los Logaritmos neperianos. Almuerzo con Antonio (el profesor de Física), me cae muy bien desde que me dijo que un reloj de esfera mide el tiempo por medio del espacio y, aunque no tenga números, todo el mundo sabe la hora que marca. Le cuento el día que llevo y me dice que debo haber tenido mucha nostalgia en la carretera de mi infancia y se extraña de que esté trabajando. Acabamos en su despacho haciéndolo sin ningún romanticismo. Vuelvo a València por la A-23. Entro en casa y miro en el diccionario lo que significa nostalgia: “Sentimiento que causa el recuerdo de un bien perdido”. Recuerdo que ayer murió papá (de repente), y decido comenzar un diario emocional. La página en blanco me aterra, presa de un pánico atroz sólo escribo un 8 tumbado a la bartola; cierro los ojos y veo a Buzz Lightyear diciendo: «Hasta el infinito y más allá». Luego, la rara seré yo y el entierro de papá cuesta 3.000 euros; me tocará ir el sábado al casino a sacarlos jugando al Blackjack. Me voy a la cama y como no puedo dormir me pongo a contar ovejas: una oveja; y 2; y 3; y 4; y 5; y 6; y 7, y ya oigo mis ronquidos.

A las 7 horas y 17 minutos del día 5 del mes 4 del año 2019, llaman a la puerta de mi casa insistentemente (pta. 8 del número 143 de la calle no sé qué). Abro y los dos policías se extrañan al verme vestida de rojo; me leen mis derechos y me esposan. En el juicio sumarísimo me condenan a muerte por desalmada. La jueza dictamina: “Por ser un oprobio para la familia”. Yo no sé bien por qué la jueza me mira con inquina, como queriendo clavarme un 4 en el corazón —el 4 siempre me pareció un arma homicida—. La ejecución será al día siguiente, el día 6 del mes 4 del año 2019. No sé si apelar o irme al infinito de una vez por todas. Me dan a elegir, como si fuera un menú, entre la inyección de pentotal sódico; la silla eléctrica; la horca; o el fusilamiento. Yo elijo el Garrote Vil por estar fuera de carta. Me preocupa quién pagará los entierros de papá y mío, que serán 6.000 euros —calculo, a bote pronto, y pienso en si harán descuento por ser 2, o incluso si habrá 2X1 y se quedará en 3.000 euros—. La celda es fría, sin embargo, el sol del mes 4 ya calienta, la luminosidad del rayo que entra por el ventanuco me dice que, quizá, mañana mismo, muera de repente, y el sol se apague para mí repentinamente: Guadalajara 13-12-1991, València 6-4-2019. Y esa será toda la verdad.

La funcionaria viene y me pregunta lo que quiero cenar, y mi última voluntad para mi última  cena, pues, son 3 longanizas de Pascua, un panquemado de Alberic y una mona con el huevo amarillo.  A las 8 horas y 13 minutos del día 6 del mes 4 del año 2019 entra mi padre en la celda y me dice que todo ha sido un montaje como último intento de provocarme una emoción: “Desde luego hija mía, ni una lágrima, ni venir al tanatorio, ni un atisbo de miedo ante tu ejecución, mira hasta dónde he tenido que llegar, y ¡nada de nada!”. Luego me dice que se ha gastado los 50.000 euros que gané en el casino, el mes pasado, en este teatro. Y yo al final me voy a quedar sin probar el Garrote Vil. Le doy las gracias a mi padre y le digo que, igual, sí que he sentido miedo en estos 2 días, y que me tengo que ir a trabajar, pues llego tarde. Subo a mi Seat Panda, otro día igual, sólo que hoy llueve y me toca enseñar Derivadas. La lluvia va hundiendo a la nada en el fondo de su monótono gotear mientras conduzco por la A-23. Entro al instituto de Segorbe y me voy directa al despacho del profesor de Física, lo hacemos a lo bestia. No ha sido el Garrote Vil, pero algo es algo. Ya se sabe: «días de mucho vísperas de nada». Ahora sé lo que es la nostalgia del ayer, sobre todo de ayer y de anteayer, días en los que estuve a punto de sentir una emoción: “Que mal lo pasé ante la página en blanco”.

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