LA FORASTERA
¡Dios!
Como me dolía la cabeza. Ayer murió papá de repente. Siempre se muere de lo
mismo: de repente. No pienso ir al tanatorio ni al entierro. Abro el botiquín y
compruebo que el ibuprofeno no está caducado (CAD- 07- 2019), me tomo 2 de
400mg. Ahora para que te den el de 600mg hace falta receta, y yo no he ido al
médico en mi vida y mucho menos al ambulatorio o al hospital.
Hoy
es 4 del mes 4 del año 2019; subo a mi Seat Panda de 1995, con matrícula 3733
(las letras no logro aprenderlas nunca). Yo no sé por qué la gente piensa en
palabras si todo se reduce a números. Cuando de pequeña me hicieron el test de
CI me dijeron que tenía un CI 190. Años después me llevaron al psicólogo porque
pensaban que no tenía inteligencia emocional —estupideces—.
Decido
ir por la carretera secundaria al instituto de Segorbe. Es la antigua N-234.
Quiero recordar a mi padre, y cuando era niña íbamos por esa carretera a un
pueblo de montaña a veranear. Hoy tengo que explicarles a los chavales los Logaritmos
neperianos, no consigo entender cómo no los entienden a la primera. Antes de
arrancar el motor compruebo que la itv me vence el día 5 del mes 12 del año
2019. La gente se extraña de que haga 100 quilómetros todos los días (del día 1
al día 5 de la semana; el día 6 y día 7 de la semana no hay clases: así va el
mundo). Pero es que no soporto vivir en poblaciones de menos de 500.000
habitantes; debe de ser porque nací en Guadalajara y hasta los 8 años viví
allí; recuerdo nítidamente los 783 pasos que separaban mi casa del parvulario y
lo que me entristecía la falta de estímulos en una ciudad sin tráfico y sin
gente. Tomo el desvío hacia la antigua N-234 y comienzo a contar curvas (llevo
11 a la izquierda y 14 a la derecha); compruebo que los carteles siguen
marcando los mismos quilómetros de cuando yo era niña (Segorbe 15 Km; Barracas
43 Km; Teruel 57 Km); memorizo todas las matrículas de los autos que me
adelantan, sólo los números (7957; 9137; 2711…). Llego al instituto y me llama
mi madre diciéndome que no he ido al tanatorio —como si yo no lo supiera—, le
digo que estoy trabajando y me cuelga. De los 34 alumnos sólo 3 han comprendido
los Logaritmos neperianos. Almuerzo con Antonio (el profesor de Física), me cae
muy bien desde que me dijo que un reloj de esfera mide el tiempo por medio del
espacio y, aunque no tenga números, todo el mundo sabe la hora que marca. Le
cuento el día que llevo y me dice que debo haber tenido mucha nostalgia en la
carretera de mi infancia y se extraña de que esté trabajando. Acabamos en su
despacho haciéndolo sin ningún romanticismo. Vuelvo a València por la A-23.
Entro en casa y miro en el diccionario lo que significa nostalgia: “Sentimiento
que causa el recuerdo de un bien perdido”. Recuerdo que ayer murió papá (de
repente), y decido comenzar un diario emocional. La página en blanco me aterra,
presa de un pánico atroz sólo escribo un 8 tumbado a la bartola; cierro los
ojos y veo a Buzz Lightyear diciendo: «Hasta el infinito y más allá». Luego, la
rara seré yo y el entierro de papá cuesta 3.000 euros; me tocará ir el sábado
al casino a sacarlos jugando al Blackjack. Me voy a la cama y como no puedo
dormir me pongo a contar ovejas: una oveja; y 2; y 3; y 4; y 5; y 6; y 7, y ya
oigo mis ronquidos.
A
las 7 horas y 17 minutos del día 5 del mes 4 del año 2019, llaman a la puerta
de mi casa insistentemente (pta. 8 del número 143 de la calle no sé qué). Abro
y los dos policías se extrañan al verme vestida de rojo; me leen mis derechos y
me esposan. En el juicio sumarísimo me condenan a muerte por desalmada. La
jueza dictamina: “Por ser un oprobio para la familia”. Yo no sé bien por qué la
jueza me mira con inquina, como queriendo clavarme un 4 en el corazón —el 4
siempre me pareció un arma homicida—. La ejecución será al día siguiente, el
día 6 del mes 4 del año 2019. No sé si apelar o irme al infinito de una vez por
todas. Me dan a elegir, como si fuera un menú, entre la inyección de pentotal
sódico; la silla eléctrica; la horca; o el fusilamiento. Yo elijo el Garrote
Vil por estar fuera de carta. Me preocupa quién pagará los entierros de papá y
mío, que serán 6.000 euros —calculo, a bote pronto, y pienso en si harán
descuento por ser 2, o incluso si habrá 2X1 y se quedará en 3.000 euros—. La
celda es fría, sin embargo, el sol del mes 4 ya calienta, la luminosidad del
rayo que entra por el ventanuco me dice que, quizá, mañana mismo, muera de
repente, y el sol se apague para mí repentinamente: Guadalajara 13-12-1991,
València 6-4-2019. Y esa será toda la verdad.
La
funcionaria viene y me pregunta lo que quiero cenar, y mi última voluntad para
mi última cena, pues, son 3 longanizas
de Pascua, un panquemado de Alberic y una mona con el huevo amarillo. A las 8 horas y 13 minutos del día 6 del mes
4 del año 2019 entra mi padre en la celda y me dice que todo ha sido un montaje
como último intento de provocarme una emoción: “Desde luego hija mía, ni una
lágrima, ni venir al tanatorio, ni un atisbo de miedo ante tu ejecución, mira
hasta dónde he tenido que llegar, y ¡nada de nada!”. Luego me dice que se ha
gastado los 50.000 euros que gané en el casino, el mes pasado, en este teatro.
Y yo al final me voy a quedar sin probar el Garrote Vil. Le doy las gracias a
mi padre y le digo que, igual, sí que he sentido miedo en estos 2 días, y que
me tengo que ir a trabajar, pues llego tarde. Subo a mi Seat Panda, otro día
igual, sólo que hoy llueve y me toca enseñar Derivadas. La lluvia va hundiendo
a la nada en el fondo de su monótono gotear mientras conduzco por la A-23.
Entro al instituto de Segorbe y me voy directa al despacho del profesor de
Física, lo hacemos a lo bestia. No ha sido el Garrote Vil, pero algo es algo.
Ya se sabe: «días de mucho vísperas de nada». Ahora sé lo que es la nostalgia
del ayer, sobre todo de ayer y de anteayer, días en los que estuve a punto de
sentir una emoción: “Que mal lo pasé ante la página en blanco”.
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