UNA PIERNA, UN OLOR
Estoy aquí sentado mirando el partido mientras espero que Pedro acabe de jugar. Le veo moverse entre los jugadores como lo haria un caballo en libertad en medio de la manada; se desliza entre sus compañeros y consigue que estos apenas le rocen; empuja el balón sorteando el bosque de piernas que quiere arrebatárselo, para alcanzar un gol. Él es el mejor; con seguridad se convertirá en un jugador importante. Me gusta tanto mirarlo que olvido mi envidia.
Desde siempre hemos jugado juntos, los inseparables nos llamaban todos, también en el equipo. Yo era mejor jugador que él y todo lo que sabe se lo enseñe; sigue atendiendo mis instrucciones, bueno, mis consejos mas bien, porque él ya me ha superado. Ahora es él el que tiene que enseñarme con mucha paciencia, y la verdad es que la tiene, para poder jugar otra vez, con las limitaciones que la pierna nueva me crea.
Recuerdo el día en que todo acabo y todo empezó; como siempre, lo bueno y lo malo se suceden y se alternan. Estábamos dormitando debajo de la higuera del huerto de mi abuelo, esperando que bajara el calor. A los dos nos gusta ese árbol y sus higos, a mí también me gusta su olor. Mi abuela dice que algunos pueblos primitivos le llaman el árbol de la vida. Allí fue la primera vez que nos dimos gusto el uno al otro, y después del ultimo suspiro, lo que quedó en mi mano era como la sabia blanca del higo cuando lo arrancas de la rama.
El sol estaba ya bajo, y nosotros con la euforia en el cuerpo, nos fuimos a correr para entrenar. Yo siempre iba delante, esa vez él estaba a mi altura. Llevaba días sintiendo un pequeño dolor en la pierna derecha, pero no le hice caso; de pronto el dolor fue tan intenso que caí al suelo casi inconsciente; Pedro me ayudo a levantarme pero mi pierna no me sostenía; cojeando y apoyándome en él llegamos a casa de mis abuelos, y desde allí, una ambulancia me traslado al hospital.
Pasaron semanas de interminables pruebas. Odio los hospitales y el denso olor del aire siempre encerrado que tienen. La doctora que venia casi todos los días a verme era una mujer amable, joven y guapa que olía a flores cortadas hacia mucho; nos dijo al fin que tenían que amputar la pierna desde la rodilla. Mis padres quedaron horrorizados sobre todo mi madre; yo también, mis sueños quedaban rotos.
Después de algunos meses; me colocaron una pierna con la que me siento un robot; con ella estoy aprendiendo a vivir de otra manera; Pedro me ayuda, me está enseñando a utilizar la izquierda que sigue siendo la mía, para darle al balón; cuando corremos casi voy a su altura aunque sospecho que se retiene para que no me desanime.
Se ha acabado el partido, ha ganado el equipo de Pedro gracias a él y ya viene hacia mi; cierro los ojos porque quiero sentir intensamente su olor. Un olor que podría reconocer con los ojos cerrados en medio de la multitud. Quisiera recoger gota agota de su sudor y guardarlo en un frasco de perfume, lo llamaría AMIGO; y cuando él tenga que seguir su camino y tendrá que hacerlo inevitablemente, al olerlo dejaría de sentirme solo.
Sigo con los ojos cerrados y por el olor se que se ha sentado a mi lado; y la vibración de mi ortopédica pierna indica que él la esta acariciando; dice, tío, la verdad es que es bonita; siento su mano a través de mis ojos cuando la miro. Él me sonríe y dice, descanso un poco y nos vamos a jugar.
Pepa López Albelda
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