Mañanas – Myriam G.
Despierta la mañana bailando
la cantarera de zinc en mi mano pequeña,
golpeando mis pantorrillas al paso de mis bambas.
Olor a leche, esfuerzo y boñigas frescas.
Se despereza la mañana bostezando
los primos en la cocina, hule de margaritas y sillas de enea,
removiendo en espirales de grumos el Cola-Cao.
Al fondo, en Radio Nacional, voces como rompecabezas.
Se viste la mañana de rockys y sandalias de goma.
Y nos congregamos en la cuadra
donde ya no hay mulas ni aperos, pero sí balones, hula-hops
y bicicletas
esperando su momento.
Ritual de colores Alpino y cuadernos Santillana.
Y por fin (¡POR FIN!) rompe la mañana
porque podemos salir (¡Y SALIMOS!) escopeteados a la plaza.
Nos pegamos calcamonías en la fuente.
Trepamos por los pretiles de la iglesia.
Nos tiramos por sus escalinatas en bicicleta.
Perseguimos gatos de tres colores.
Nos escondemos detrás de las esteras.
Y con el sol bien en lo alto, nos escapamos a la vega
de caminos polvorientos donde vigilan las higueras.
De horizontes de sierra.
De inclinadas cuestas.
De hazas de olivos solemnes.
De cortijos con perros sueltos.
De carretas levantando nubes con las ruedas.
Con cañas jugamos a la guerra.
Con pies descalzos nos metemos en las acequias.
Con disimulo nos colamos en los secaderos.
Con dedos hábiles pescamos moras
y nos ensangrentamos las bocas con ellas.
Y como el tiempo no vuela, se desintegra,
hay que atender a la llamada del campanario, y volver,
aún con churretes en las caras morenas,
rodillas desolladas y
uñas negras de tierra.
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