jueves, 25 de marzo de 2021

Thymamai – Myriam G.

Tiemblo de indignación e impotencia. Hace más de 10 días que no sé nada de Reisha. La última vez que la vi fue desde la torre que me han asignado, jugando en el jardín del Maer de Severen, custodiada fieramente por una de las ancianas nodrizas. Hoy parto de viaje para acometer el que será mi último trabajo, y hiervo por dentro al pensar que no me van a permitir despedirme antes de marchar. Sólo así se aseguran de que volveré con el encargo cumplido.

Los últimos días han sido tensos y duros, soy como el retén de una catapulta. A la sorpresa e incredulidad iniciales siguieron mis infructuosos intentos para persuadir al consejo del Maer de que lo que me pedían no sólo era infame, sino impracticable, que estaba más allá de mis conocimientos y habilidades, y que me arrojaba de bruces contra los votos de la práctica ancestral de los thymame.

-            - No provocamos muertes; nuestra razón de ser es la de proporcionar alivio y consuelo. Cuidar, curar; no enfermar, no causar daño”.

-          -   Mi querida Gaeli, vuestra misión se limitará a preparar y suministrar los recuerdos necesarios. No debéis preocuparos: es como plantar una semilla que sólo prospera si encuentra el suelo adecuado y se le da los cuidados necesarios. Por sí mismos, los recuerdos no tienen más fuerza que una pluma al viento. Vos facilitaréis los recuerdos; nosotros nos encargaremos del resto.

El consejero mayor demostraba tener un conocimiento sobre mi arte muy superior al que yo le atribuía. Pero mi ingenuidad no terminaba ahí. Mis argumentos primero y mi negativa después sólo sirvieron para que Reisha no volviera aquella tarde a casa. En su lugar, llegó una patrulla para escoltarme, con mis útiles y herramientas, a mi nuevo alojamiento: una de las torres del Castillo Alto de Severen y así poder llevar a cabo mi cometido, sin distracciones y con plena dedicación, mientras Reisha recibía las atenciones e instrucción que merecía la hija de la más notable thymamai del país.

Los thymame confeccionamos recuerdos y los instalamos en el corazón. Los recuerdos hacen al corazón saltar o encogerse, abrigarlo o congelarlo, insuflarle vigor y fortaleza, o sumirlo en el cansancio y la desesperanza. Un recuerdo potente puede llevar a alguien a superar cualquier obstáculo, o a hundirse en la apatía y dejarse morir. Un recuerdo fuerte puede salvar una vida o acabar con ella.

Nosotros sólo encendemos la primera chispa en el corazón. Los recuerdos prenden, después, en la mente, y sus efectos y poder dependen únicamente de cómo se les alimente. Hay personas que no alimentan bien sus buenos recuerdos, estos se apagan y ellas se pierden. Otras alimentan demasiado los malos, que se propagan y las engullen. Los thymame estamos atados por un juramento, “Cuidar, curar; no enfermar, no causar daño”. Nuestra labor es proporcionar a las gentes recuerdos benéficos y despojarlas de los perniciosos.

Aquí llevo, pues, casi dos ciclos confeccionando los recuerdos que llevarán a la locura, a la muerte, o a ambas, al sobrino del Maer, el heredero. Como thymamai, hacedora de recuerdos, mis entrañas se retuercen de repugnancia hacia mí misma. Como ciudadana de Severen, mi mente se paraliza de estupor. Y como Gaeli, madre de Reisha, mi corazón se encoge de temor. Pero toda yo ardo de furia y determinación: éste será mi último trabajo. Cuando se confirmen la muerte o la incapacidad del heredero del Maer, huiremos.

 

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