El Gulfstream G650 despegó sin esperar a que los pasajeros tuvieran abrochados los cinturones. Anne ya conocía aquel prodigio de la ingeniería de su viaje desde Luxor. En esta ocasión, sin la atención constante y continua y punzante de Pierre pudo apreciar los grabados del avión. Los asientos de cuero estaban marcados en sus cabeceros con el relieve de un escudo, como si se tratara de un caballo ganador grabado a fuego. Anne pasó sus dedos por las costuras intentando adivinar sus siluetas. Sintió el poder de una serpiente, equilibrado, describiendo un arpa con sus curvas que iban y venían hasta terminar en un elemento más potente cuya forma de cruz no terminó de comprender. Acercó sus ojos de forma indiscreta hasta quedar a pocos centímetros de la imagen. Buscaba una cercanía que le permitiera descifrar aquellas formas. En la parte superior adivinó un dragón que serpenteaba. Esa era la culebra con forma de arpa que había sentido entre sus dedos. El animal parecía engullir o vomitar a un niño, cuyos brazos y cabeza salían de su boca formando una cruz. Había visto aquel escudo de armas en el pasado. Se esforzó, aceleró sus neuronas como si estuviera derivando una fórmula imposible. Anne nunca había sido buena en matemáticas.
- Dra. Riveira. -
Catalina reclamó su atención, sin permitirle resolver su duda. No había conseguido entrever aquel escudo en sus recuerdos.
La atractiva mujer, que parecía sacada una revista del corazón, y el hombre de gafas oscuras, estaban sentados al frente mientras que Jose y ella se mantenían en la parte posterior. Catalina deslizó su asiento por los rieles del avión, con suavidad, parecía una niña bailando con una silla de ruedas en un despacho recién pulido. Llegó hasta ellos y posó sus manos sobre las rodillas de Anne.
- Saque el panfleto que le he dado. - Carraspeó. - Pónganse cómodos voy a contarles una historia.
- Primero tengo algunas preguntas. - dijo Anne.
- No se preocupe, seguramente mi historia es la respuesta que busca.
Anne se recostó y llamó la atención de la azafata. Esta vez estaba simplemente deshidratada. Necesitaba su mente despejada, así que ordeno un zumo de tomate con limón, pimienta negra y un toque de Tabasco y algo de agua. Jose agitó la mano hacia la azafata y se apresuró a solicitar lo mismo, como si fuera la hora del cierre de aquel bar y aquella fuera la última copa que podía tomar.
- Empezaré por Leonardo. - dijo señalando el panfleto de Anne.
- Qué tiene que ver Leonardo…
- Nada y todo. Poco se sabe de la relación entre Leonardo Da Vinci y el antiguo Egipto. El único dato que tenemos es este manuscrito y algunas cartas. Leonardo nunca llegó a viajar a Egipto. Según sabemos, recibió un papiro a través de un hombre que viajó desde las montañas de la antigua ciudad de Thebas hasta Milán en el 1503. Aquel hombre…
- Cómo sabes que eso es real. - Dijo Jose.
- Hay cartas entre ambos, cartas que recogen la esperanza depositada por Alfi Mahant en Leonardo. Dejadme que avance.
- Perdona.
- Aquel hombre contactó con Leonardo a través de un comerciante de sedas, con el pretexto del encargo de una obra dedicada a la Virgen María, para una adinerada familia católica egipcia. En la primera carta ya era obvio que el encargo era falso. De hecho, Alfi se refiere a la Virgen María como la Isis de vuestra religión, algo que no cuadra demasiado con un supuesto marchante de arte católico.
- Sigo sin ver la relación. - Dijo Jose.
- Leonardo rechazó la propuesta de inmediato, pero Alfi había conseguido su objetivo: contacto directo con el famoso… digamos que con el famoso todo. Leonardo era pintor y escultor y escritor y médico e inventor y músico y botánico y todo. Era todo.
Catalina recogió el panfleto de las manos de Anne. Continuó hablando por más de media hora. Lo hacía con decisión y paciencia. Miraba a sus invitados directamente a los ojos, sin pestañear, parecía sumida en una competición infinita en la que el ganador sería quién aguantara mil noches sin juntar sus pestañas. Tocaba las piernas de Anne, acariciaba el cuello de Jose y cruzaba las piernas con sensualidad. No parecía premeditado pero cualquiera habría jurado que se trataba de una anaconda rodeando a sus presas, moviéndose con sigilo y sensualidad, hiponotizándolas y haciéndolas sentir bien antes de atacar
- Su objetivo era que Leonardo le ayudara desde luego. Durante infinitas cartas, al menos cien, el egipcio explicó al italiano que sentía devoción por sus obras, admiración por su priviliegiada mente. Le adulaba en cada escrito. Se mantuvo fiel en sus envíos postales casi diarios durante cuatro meses, hasta que volvió a obtener una respuesta de Leonardo.
- ¿Y qué le pedía que dejara de acosarle? - dijo Jose.
- No, le dijo algo así como: No creo vuestras palabras, estoy seguro de que buscáis algún beneficio. Así que como sois harto insistente acepto que me solicitéis una sola cosa.
- ¿Y qué le pidió?
- Esa es la clave. Le pidió que custodiara un objeto.
Catalina continuó la explicación centrada en Jose, que parecía el más crédulo de ambos. Sujetaba sus dos manos entre sus palmas. Notaba el calor que desprendían, como si fueran las las piedras que rodean el cráter un volcán. Jose estaba centrado en aquellos ojos profundos, casi había olvidado que Anne estaba a escasos centímetros de sus sillón.
- Alfi, pertenecía a los Nubios, se consideraba a sí mismo descendiente directo de los faraones negros. En su carta más larga a Leonardo, le explica cómo los Nubios sólo pueden contraer matrimonio entre ellos. Algo que sigue vigente hoy día. De hecho es una gran deshonra que incumplan esta ley. Alfi le detalle que ni él ni sus dos hermanos gemelos eran fértiles a causa de la frecuente consanguineidad entre los cónyuges.
- Y dónde entra Leonardo…
- Alfi le pide a Leonardo en la carta que acepte un regalo, para su guardia y custodia, ya que se sabe al borde de la muerte y no dispone de descencia. Ante ello Leonardo acepta pero no sin antes pedir más información. Concretamente Leonardo le pide saber cúal es el regalo y por qué es tan importante y sobre todo por qué no confía en nadie cercano.
Ahora su voz se hizo casi inaudible, parecía el sonido de un silbato de adisestramiento canino.
- Alfi tardo semanas en responder. Parecía no querer o no poder detallar aquella información por carta. Finalmente escribió a Leonardo. Según su penúltima carta su familia estaba en posesión de tres papiros hermanos. Los tres papiros de los Sacerdotes Nubios: El papiro Font, El papiro Ra y el papiro Shu. En la carta de la que os hablaba Alfi le detalla a Leonardo cómo esos papiros son literalmente la llave a la vida eterna. También habla de que sólo los tres permiten desvelar su poder conjunto y de que tan él como sus hermanos han fracasado en su misión en vida, transmitir a su legado aquel tesoro ancestral.
- Parece que hayas leído tú misma las cartas… - dijo Anne con el ceño fruncido.
- Sí, las he leído. Las cartas forman parte de la colección privada de… de una de las personas para las que trabajamos.
Anne se levantó del asiento de un salto. La velocidad de su movimento bien podía compararse con el resorte de una ratonera accionándose a toda velocidad al sentir la cabeza de una rata sobre él. Le indignaba que un documento de tal importancia pudiera estar en manos de un coleccionista privado. Sabía que el comercio ilegal de arte era una realidad. Millones de objetos habían sido expoliados de Egipto. Estaban dispersos por todo el mundo y sólo un pequeño porcentaje dormían a diario en museos.
Durante su juventud había visitado la bodega Vivanco. Se trataba de un lugar destinado a la confección de vino ubicado en La Rioja. Durante la visita se podían encontrar antiguas máquinas de alquimia o barricas recién ensambladas. Había acudido con el hombre que por aquel entonces ocupaba su corazón. El universitario imberbe y enamorado de Anne había encontrado en aquel lugar la posibilidad de impresionar, enamorar y sorprender a la joven. Al finalizar la visita de las instalaciones de la bodega, la había guiado por aquellos túneles subterráneos que albergaban litros y litros de vino, hasta un edificio anexo. En un letrero se podía leer: museo del vino. En él se mezclaban obras de picaso con cerámicas grecorromanas. En todas ellas el vino era el denominador común.
En la parte final de la exposición estaba aquello que el joven había encontrado en internet. Era la excusa perfecta para asegurarse alcanzar al fin las mieles de aquellos labios ligeramente cuarteados por el frío de Madrid, que le recordaban los bizcochos de manzana que preparaba su abuela cuando, al subir la masa, la corteza se abría y dejaba a la vista su relleno tierno y dulce. Una decena de piezas egipcias relacionadas con la confección de vino aguardaban al fondo de la estancia, esperando a ser descubiertas por Anne ante una señal discreta del joven estudiante.
- Quiero irme a casa. Ahora. -
El regreso a Madrid había sido en silencio, sin el dulce final esperado. El joven había invertido buena parte de sus ahorros en un hotel en Logroño y había preparado una cena romántica en la famosa calle laurel. Anne había pasado el camino de vuelta con los brazos apretados y entrelazados como si quisiera crear un cinturón en torno a su tórax. Estaba horrorizada. Era la primera vez que veía piezas egipcias en un lugar privado. En una empresa que las había comprado. En el coche había realizado una búsqueda sencilla en google: comprar arte egipcio mercado negro. Los resultados habrían agotado la batería de su móvil recién estrenado si hubiera accedido a un uno por cien de las webs que había aparecido ofreciendo obras originales. No podía comprenderlo ni respetarlo. El arte, la cultura, egipto. No podía parar de plantearse cuántos tesoros estaban en casa de empresarios sin escrúpulos o de terratientes que habían heredado aquellos bienes sin ser conscientes de la magia que encerraban. No podía soportarlo. Chilló con fuerzas intentando romper el film transparente que la había envuelto en aquella bodega. No lo consiguió. Acabó dormida con su cuello soportando el peso inestable de la cabeza que golpeteaba el cristal del coche cada pocos segundos como si fuera el pico de un pájaro carpintero intentando encontrar comida en el tronco de un árbol.
- ¿Qué grupo es ese? y… ¿Por cierto qué logo es este del dragón?
- Anne. Por favor, paciencia. Vayamos parte por parte habrá tiempo para todo. El logo, es el escudo de armas de la familiar del propietario del avión. Déjeme que acabe por favor. Es importante que conozcan toda la historia antes de aterrizar. No sé cuándo volveré a tener tiempo de explicarles todo con detalle. ¿Puedo?
Ambos asintieron resignados. Anne regresó a su asiento indignada. Cerró su cinturón de seguridad con fuerza y se sujetó de los reposabrazos, parecía que se preparara para que un cometa embistiera al avión en cualquier momento.
- Como les decía Alfi detalla en la carta que los tres hermanos gemelos estaban cerca de alcanzar los sesenta años y que se sentían débiles y ancianos. Que habían acordado distribuir los tres pergaminos por oriente y occidente sin que el guardián de cada uno conociera el paradero del otro. Sería el dios Osiris el encargado de volver a agrupar aquella magia ancestral cuando estuvieran preparados.
Aquella historia de descendencia y consanguineidad recordó a Anne que no había llamado a Isabel antes de abanodar Madrid. Su hija se había mostrado muy preocupada aquella misma mañana por las noticias aparecidas en la prensa y que tachaban a Anne de ladrona y traficante de arte. Había prometido llamarla cuando aclarara el malentendido pero lejos de eso se había sumido en sus propios problemas y había olvidado a su hija.
Anne se revolvió sobre su asiento, como si se recostara en el sofá de su casa recogiendo sus piernas sobre su abdomen y se cubriera con una manta de pies a cabeza. No sintió el confort esperado. Dejó de escuchar la voz de Catalina que seguía su coloquio interminable. Se sorprendió a si misma acariciando su propio cabello tratando de sentir el pelo de Isabel deslizándose por sus dedos.
Su relación dual agotaba sus energías. La echaba de menos en casa, pero también deseaba que se mantuviera alejada de ella. Temía hacerle daño, como quien teme romper una costilla al apretar demasiado en un abrazo. Temía perder su independencia a manos de aquella adolescente si decidía volver a vivir con ella. Alternaba días de lloros por la distancia con días en los que colgaba sus llamadas con más velocidad que las que provenían de servicios de venta telefónica.
Nunca había asumido con naturalidad el rol de madre. Acostumbraba a mentir sobre la edad de su hija cuando era imposible hacerla pasar por su sobrina. Calculaba con premeditación cuántos años le quitaba a su hija para restar los mismo a ella misma.
- ¿Entonces envió el papiro a Leonardo?- preguntó Jose.
- No exactamente. El Nubio viajó hasta Milán y entregó en persona a Leonardo el papiro. Eso mismo quedó escrito en los textos de Leonardo.
Catalina se levantó con un movimiento elegante. Sin separar su mirada de Jose alcanzó su bolso. Y, como si se dispusiera a sacar la última tarjeta de una disputada partida de trivial pursuit, extrajo una hoja doblada de forma irregular en cuatro partes. Era una fotocopia de un documento manuscrito escalada a mayor tamaño para facilitar su lectura. Anne comenzó a leer en voz alta. Le gustaba su propia voz y buscaba escuchar el eco que no llegaba a devolverle aquella pequeña estancia presurizada. Hacía las mismas pausas que un político en una comparecencia ministerial y terminaba de padalear su última frase antes de comenzar la siguiente. Enfatizaba la sílaba tónica, como si quisiera penetrar en las venas ingurgitadas por la altura de sus oyentes. Tal era su intensidad que otorgaba una falsa veracidad a sus propias palabras.
- Un hombre de tez oscura me entregó un documento extraño. Nunca había visto nada igual. Es bello y delicado. No hay letras ni número, solo imágenes, serpientes y águilas, hombres sentados. He oído hablar de ello en las tabernas a los comerciantes ya los viajeros. Incluso he leído a Eródoto. Pero parece que nadie llega a comprender estas figuras. Estoy seguro de que no son decorativas. Estoy seguro de que no están puestas por azar. Estoy seguro no querer leerlas. Ni puedo ni quiero. Llevo tres días sin dormir analizándolo. Intento encontrar un patrón que no existe. Un mensaje oculto que no aparece. He pasado tres días de naúseas, de vómitos y de diarrea. Me siento débil y he oído que muchas de estos pergamienos están malditos. El hombre me habló de la vida eterna y murió, según me han contado, el mismo día en que me entregó el documento a manos de unos ladrones. No es algo que me reconforte que alguien que habla de la vida eterna encuentre su muerte en los alrededores de Milán. Copiaré sus primeras líneas y lo devolveré a su eterno descanso en las orillas del Nilo de donde proviene. No viajaré, ni…
Las tubulencías hicieron que el avión descendiera de golpe, como si sus alas se hubieran derretido al acercarse al sol. Catalina se golpeó contra el asiento en su cadera y cayó sobre el asiento de Jose. El hombre la sujetó con fuerza de la cintura aferrándola sin darse cuenta de los glúteos tras un nuevo invite del avión. Podía sentir el latido de aquellos músculos poderosos en sus dedos. Jose se sonrojó pero no detuvo la presión, el cuerpo de la mujer se zarandeaba de un lado a otro. Las turbulencias se detuvieron al fin y Jose soltó con suavidad las nalgas de Catalina. Lo hizo despacio, como quien coloca las manos sobre la puerta de un horno caliente y tarda unos segundos en retirar sus dedos ante el placer del calor alcanzando su piel. Anne contemplaba la escena entre el miedo y el desaprobamiento hacia la conducta de su compañero. No había soltado su asiento en ningún momento, ni había separado su mirada de las manos de Jose.
- Creo que tenemos claro el cuento ese. Sigo sin entender qué tiene que ver con nosotros. Pensaba que Pierre sabía algo sobre las personas que nos persiguen. - dijo Anne.
- Insisto, tranquilidad. Pierre os está ayudando pero él también necesita que le ayudéis.
- ¿Perdón? Yo no estoy dispuesta…
- Insisto de nuevo, tranquilidad.
Catalina se recolocó el pantalón y dio las gracias a Jose con un beso casto en la mejilla. El hombre enrojeció sus mejillas sin poder evitarlo, parecía un muñeco en el que habían marcado con exceso de rotulador los mofletes. Sujetó los reposabrazos de Anne con sus manos e inclinó su cuerpo. Sus pechos, pequeños pero libres mayor sujección que la de un bralette se balancearon hacia delante. Jose no podía dejar de contemplar aquella escena. La rojez de sus mejillas alcanzó sus pómulos y su frente hasta sentirse levemente mareado, como quien sube el termostato hasta sentirse embriagado por el calor de la habitación.
- Anne. Pierre te brindará protección pero como te dijo el primer día quiere tu ayuda profesional. Nada más. Quiere saber tu opinión sobre la historia de Leonardo, sobre la vida eterna, nada más.
- Sigo sin entender qué tiene que ver Leonardo conmigo.
- Pierre cree que la historia de Leonardo tiene relación con el papiro que llevas en esa maleta…
- ¿Cómo sabes?
- Ya te dije que nuestras fuentes son nuestras. Pero eso te lo contará él en persona cuando lleguemos.
- Cuando lleguemos a dónde. Quiero saber dónde vamos.- dijo Anne.
- Nos queda poco para aterrizar. El destino lo conocen bien. Es El Cairo.
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