martes, 5 de enero de 2021

FELIZ AÑO NUVEO! PIERNA ORTOPÉDICA, OLORES, NARRADOR OMNISCIENTE VS 3A PERSONA NO OMNISCIENTE.

OMNISCIENTE

 Andaba rápido pero con dificultad. La pierna ortopédica no terminaba de articular correctamente.  Sus ojos miraban hacia delante, hacía detrás, hacia los lados. Intentando ver más allá, vigilando la oscuridad. Era difícil comprender que la isla entera quedara a oscuras sin preaviso. Sin más, la luz se desvanecía por completo. 


  • Cadena perpetua - Los pensamientos carcelarios brotaban en la mente de Evan mientras jugueteaba con el fajo de dólares de su bolsillo derecho.


Era la tercera vez que recorría ese camino en la misma semana. Los olores le guiaban. Aquellos caminos todos iguales, no permitían descuidos o acabaría perdido. El aroma procedente de los mangos maduros indicaba que debía girar a la derecha. El último punto giro vendría marcado por el olor al sándalo que crecía salvaje en las orillas del arrozal. 


No conseguía acostumbrarse a las entregas nocturnas, en medio de la nada. El miedo a ser sorprendido luchaba contra su búsqueda de alivio. - Debería haber traído más desde España-. 


El lugar donde el olfato detectaba alcohol mezclado con pólvora marcaba su destino. Allí arremolinados en torno de algo similar a un tablero de ajedrez, un grupo de jóvenes apostaba al ganador. Dos de ellos se matenían al margen, firmes, apoyados sobre unas metralletas con más años ellos mismos, flanqueando una entrada a un recinto imaginario en medio de los campos. 


  • Selamat sore - articuló Evan. Aferraba el dinero como si estuviera a punto de salir volando. 
  • Halo, ¿tienes lo que tienes que tener? - espetó en un inglés difícil de comprender el más alto de los hombres armados.
  • Si tenéis la mercancía, sí. - El tiempo le había enseñado a no mostrar sus emociones cuando trataba con ese tipo de personas. 
  • ¿Quién eres tú para pedir? - Rió el hombre. A penas superaba a Evan en un par de años pero su mandíbula cuadrada y las cicatrices de su pómulo le conferían un aspecto implacable.
  • Soy el que tiene el dinero, el comprador siempre tiene la razón, y soy buen cliente. Lo sabes. Mi madre es rica, muy rica, así que no deberías tratarme con desprecio, aún nos quedan unos meses aquí. 


En un instante la metralleta voló desde el suelo hasta la sien de Evan. Antes de que pudiera moverse se vió empujado rodillas al suelo contra una valla de metal oxidado. - Las manos arriba - Dijo el hombre mientras presioanaba el cañón sobre su cráneo. 


Al momento aparecieron dos compañeros más. Seis manos hurgaban inquietas, palpaban su cuerpo, colonizaban sus bolsillos. Evan cerró los ojos, el hedor de aquellos hombres resultaba nauseabundo. La prótesis presionaba sobre su rodilla, el dolor era insoportable. Como odiaba aquel artilugio. Maldeciría siempre a su madre por no creer en su dolor. - Unas horas antes y podríamos haber salvado la pierna - El médico siempre decía que podría haber sido peor, que sintiera fortuna por mantener el muslo. Pero él sabía que un día antes su madre había preferido ir a la ópera que llevarle al hospital, y que había sido su amigo Jose el que había alertado a su propia madre para acudir en ayuda de Evan cuando la infección ya se había extendido. 


Su móvil y los dólares se ocultaban en el suelo entre restos de vainas de arroz. Junto a ellos descansaba, inocente, la metralleta del joven de menor estatura. A penas le separaban unos centímetros del arma. Todas las opciones se cruzaron en sus pensamientos: Realizar un movimiento rápido y apretar el gatillo contra sus adversarios embriagados; utilizar sus codos plegados sobre su cabeza contra el hombre que sostenía la metralleta sobre su sien; incluso golpear con celeridad con su pierna de acero a los manoseadores que parecían no terminar su tarea.  



Se mantuvo inmóvil, con un arma sobre la cabeza pocas opciones eran correctas. Los hombres hablaban entre sí con frases cortas. Se interrumpían continuamente. Ni un lingüista versado en Bahasa melayu habría conseguido descifrar aquella conversación.  


Las manos detuvieron su baile, todo quedo en calma. - Do it now - Espetó el joven bajo a su compañero de cara cercenada mientras encendía una mezcla de tabaco y marihuana a medio quemar.


Al instante, con experiencia militar, rodearon las manos de Evan con no menos de ocho vueltas de cuerda cada una. - Go - dijo una voz dirigiéndose a él mientras tiraba de los lazos para levantarlo del suelo. 


El dolor de la pierna había aumentado, necesitaba su dosis. Había pasado una semana desde el último golpe contra las rocas en la playa de Canggu pero aquella pierna ya no se recuperaba como antes de la amputación.


Dirigieron a Evan hasta una camioneta que había vivido mejores épocas y le colocaron junto a la carga, el olor inconfundible de las hojas de coca revelaba el invisible cargamento. Los dos jóvenes armados le flanqueaban. Sin hablar, dejando como único protagonista al ronco motor de aquel Ford Ranger Raptor que adolecía de mantenimiento correcto. El silencio se quebró con un “beep”, el móvil de Evan brilló dentro del bolsillo de la camisa del secuestrador. Había recuperado la cobertura. 


La camioneta se detuvo como si el sonido del iPhone XII hubiera marcado el fin de la ruta. Los dos hombres bajaron con sus metralletas sobre el hombro. - Go - de nuevo la palabra mágica para indicarle que debía bajar. 


Comenzaron a caminar entre lo arrozales. El olor del agua mezclada con barro de los agujeros de la carretera le recordaba al de los campos de fútbol de San Sebastián en los que tanto tiempo pasó antes de que su pierna le fuera arrebatada. Los hombres hablaban entre ellos con cierto nerviosismo. La conversación parecía subir de tono. 

 

  • Es el momento - dijo el más menudo de ellos a su compañero. A penas habían caminado unos cien metros desde que abandonaran la camioneta. 
  • Arrodillate - indicó a la vez que golpeaba a Evan con la culata en la espalda. 
  • Comienza a grabar - ordenó ahora a su compañero. 


Con sorprendente destreza el de mayor envergadura accedió al móvil de Evan, deslizo la pantalla hacia arriba frente a su cara y accedió a sus contenidos. El reconocimiento facial no requería mucha información ni colaboración por parte del joven apresado. 


Comenzó a grabar frente él. - Saluda a tu madre, ¿no era rica? - rió el hombre mientras rodeaba a Evan. - Habla con ella - Insistió acercando el móvil a su cara dejándole cegado con la luz de la linterna que hacía las veces de flash. - Si no hablas, te aseguro que gemirás de dolor - Dijo mientras pateaba su pierna dolorida. 


Evan cayó de bruces al suelo gritando de de dolor. Estaba en medio de la nada, la tenue luz de la luna a penas dejaba divisar campos encharcados de agua y caminos embarrados. La pierna quemaba, había comenzado a perder la sensibilidad en los dos primeros dedos y el agua mugrienta del suelo había empapado su inmaculada camiseta de Rip Curl. El aroma de la marihuana en combustión alcanzó su pituiataria. Un tercer hombre se había unido a ellos. 


 - Es suficiente, envíalo ya, apunta el teléfono de la madre y destruye el móvil - Al menos contaba con dos décadas más que los hombre armados, vestía traje y corbata algo grande para su cuerpo. Su olor reflejaba cierto cuidado personal pero sus zapatos llenos de barro eran su verdadera realidad.  


Condujeron a Evan hasta una cabaña cercana. Los hombres volvían a discutir. Lo introdujeron en la cabaña sin luz alguna y a tientas le dirigieron hasta la primera habitación. El recién incorporado le lanzó contra el fondo de la estancia. 

  • Ni se te ocurra hacer cosas raras. - Retiró su americana dejando ver un cinturón del que colgaba una pistola de 9mm. Evan no sabía demasiado de armas, pero aquella era inconfundible, las películas del 007 habían sido el padre que nunca había conocido y con ese modelo Sean Coneri había derrotado a todos sus enemigos. 
  • No tengo intención. - Respondió enseñando sus manos atadas. 


No hubo respuesta, solo el ruido de la puerta cerrándose tras el hombre y el sonoro golpe de una viga de madera atrancando la salida. 


El olor a madera quemada fue el signo de que la noche iba a ser larga. Los hombres se pusieron cómodos y comenzaron a conversar amistosamente. No pasaron más de quince minutos hasta que los efluvios de unas carnes doradas por el fuego llegaran hasta la nariz de Evan. - No creo que sean para mi. - sus tripas rugieron haciéndole consciente de que llevaba horas sin probar bocado. 


Las luces de una camioneta se colaron entre las maderas que conformaban la cabaña. La estancia era minúscula, a penas podría tumbarse con comodidad. En el suelo, unas mantas roídas hacían las veces de pavimento y en las paredes el cartel de un espectáculo local era la única decoración. 


  • Ahora suéltalo. - La voz de una mujer llegó hasta la cabaña. Los tres hombres habían salido a su encuentro. Ninguno de ellos parecía portar sus armas. 
  • No amiga, el acuerdo era raptarlo, lo que hemos hecho. Si quieres que lo soltemos deberás pagar el triple. - el hombre trajeado había dado un paso adelante. Su voz subió y bajo de tono como una montaña rusa. Eructó en dos ocasiones, había bebido. 


Evan reconoció la voz de inmediato, era la de su madre. Pero, ¿qué significaba aquello? ¿Como que el acuerdo era raptarle, a quién, a él? Aquello era una locura, por qué iba a querer su madre algo así. No entendía nada. 


  • No voy a pagar ni el doble, ni la mitad, podéis quedaros con el niño. Quería una lección, pues ahora la va a tener de verdad. No pidáis rescate, no voy a pagar ni un dólar más. 


Los hombres, se miraron entre sí, no esperaban aquella respuesta. El hombre trajeado dio un par de instrucciones rápidas, los más jóvenes desaparecieron en la cabaña. En un momento arrastraron a Evan hasta la parte delantera de la camioneta, frente a las luces 


El revolver de 9mm estaba ahora sobre su pecho. - ¿esto es lo que quieres?, vienes aquí, a nuestra casa y pretendes reírte de nosotros. Aquí las reglas las ponemos nosotros. 


La camioneta rugió. La explosión de la gasolina dio lugar a la acción. Las ruedas deslizaron hacia detrás y lanzaron las dos toneladas contra Evan y su verdugo. Ambos se preparon para el impacto. El choque fue mortal, ambos quedaron suspendidos sobre el capó. Evan aferrado con sus brazos y piernas consiguió encajar su pierna metálica en la parrilla frontal. El pulgar en alto bastó para que su madre entendiera el mensaje. La camioneta aceleró adentrándose de nuevo en el camino, zarandeándose de un lado a otro, al tercer movimiento el hombre trajeado se vio lanzado hasta el arrozal.


Transcurrieron más de tres kilómetros hasta que la camioneta paró. Evan soltó su pierna de su cuerpo. El aroma a Chanel de su madre resultaba chocante en aquel contexto. Ambos se fundieron en un abrazo. No olvidarían nunca aquella lección. 










CORRECCION a NARRADOR NO OMNISCIENTE



Andaba rápido pero con dificultad. La pierna ortopédica no terminaba de articular correctamente.  Sus ojos miraban hacia delante, hacía detrás, hacia los lados. Intentando ver más allá, vigilando la oscuridad. La isla entera quedaba a oscuras sin preaviso. Sin más, la luz se desvanecía por completo. 


  • Cadena perpetua - Los pensamientos carcelarios brotaban en la mente de Evan mientras jugueteaba con el fajo de dólares de su bolsillo derecho.


Era la tercera vez que recorría ese camino en la misma semana. Los olores le guiaban. Aquellos caminos todos iguales, no permitían descuidos o acabaría perdido. El aroma procedente de los mangos maduros indicaba que debía girar a la derecha. El último punto giro vendría marcado por el olor al sándalo que crecía salvaje en las orillas del arrozal. 


No conseguía acostumbrarse a las entregas nocturnas, en medio de la nada. El miedo a ser sorprendido luchaba contra su búsqueda de alivio. - Debería haber traído más desde España-. 


El lugar donde el olfato detectaba alcohol mezclado con pólvora marcaba su destino. Allí arremolinados en torno de algo similar a un tablero de ajedrez, un grupo de jóvenes apostaba al ganador. Dos de ellos se matenían al margen, firmes, apoyados sobre unas metralletas con más años ellos mismos, flanqueando una entrada a un recinto imaginario en medio de los campos. 


  • Selamat sore - articuló Evan. Aferraba el dinero como si estuviera a punto de salir volando. 
  • Halo, ¿tienes lo que tienes que tener? - espetó en un inglés difícil de comprender el más alto de los hombres armados.
  • Si tenéis la mercancía, sí. - El tiempo le había enseñado a no mostrar sus emociones cuando trataba con ese tipo de personas. 
  • ¿Quién eres tú para pedir? - Rió el hombre de mandíbula cuadrada y pómulo desfigurado por cicatrices. - Dame el dinero. - 
  • Soy el que tiene el dinero, el comprador siempre tiene la razón, y soy buen cliente. Lo sabes. Mi madre es rica, muy rica, así que no deberías tratarme con desprecio, aún nos quedan unos meses aquí. 


En un instante la metralleta voló desde el suelo hasta la sien de Evan. Antes de que pudiera moverse se vió empujado rodillas al suelo contra una valla de metal oxidado. - Las manos arriba - Dijo el hombre mientras presioanaba el cañón sobre su cráneo. 


Al momento aparecieron dos compañeros más. Seis manos hurgaban inquietas, palpaban su cuerpo, colonizaban sus bolsillos. Evan cerró los ojos, el hedor de aquellos hombres le llenó los pulmones. La prótesis presionaba sobre su rodilla, el dolor era insoportable. Como odiaba aquel artilugio. Maldeciría siempre a su madre por no creer en su dolor. - Unas horas antes y podríamos haber salvado la pierna - El médico siempre decía que podría haber sido peor, que sintiera fortuna por mantener el muslo. Pero él sabía que un día antes su madre había preferido ir a la ópera que llevarle al hospital, y que había sido su amigo Arolas el que había alertado a su propia madre para acudir en ayuda de Evan cuando la infección ya se había extendido. 


Su móvil, y los dólares se ocultaban en el suelo entre restos de vainas de arroz. Junto a ellos descansaba, sin actividad, la metralleta del joven de menor estatura. A penas le separaban unos centímetros del arma. Todas las opciones se cruzaron en sus pensamientos: Realizar un movimiento rápido y apretar el gatillo contra sus adversarios embriagados; utilizar sus codos plegados sobre su cabeza contra el hombre que sostenía la metralleta sobre su sien; incluso golpear con celeridad con su pierna de acero a los manoseadores que continuaban buscando en sus bolsillos.


Se mantuvo inmóvil, con un arma sobre la cabeza pocas opciones eran correctas. Los hombres hablaban entre sí con frases cortas. Se interrumpían continuamente. Aunque conocía algunas palabras del Bahasa melayu nunca habría conseguido descifrar aquella conversación incluso con un conocimiento excelso del idioma. 


Las manos detuvieron su baile, todo quedo en calma. - Do it now - Espetó el joven bajo a su compañero de cara cercenada mientras encendía un porro a medio terminar. La presión del cañón se aflojó, en su lugar un cálida brisa que arrastraba el olor de la marihuana llego hasta Evan. - No voy a esperar más, tenemos que llevárnoslo - prosiguió el joven que parecía estar al mando. 


Al instante, con gran agilidad, rodearon las manos de Evan con no menos de ocho vueltas de cuerda cada una. - Go - dijo una voz dirigiéndose a él mientras tiraba de los lazos para levantarlo del suelo. 


El dolor de la pierna había aumentado, necesitaba su dosis. Había pasado una semana desde el último golpe contra las rocas en la playa de Canggu pero aquella pierna ya no se recuperaba como antes de la amputación.


Dirigieron a Evan hasta una camioneta que había vivido mejores épocas y le colocaron junto a la carga, el olor inconfundible de las hojas de coca revelaba el invisible cargamento. Los dos jóvenes armados le flanqueaban. Condujeron más de veinte minutos entre caminos tortuosos,.Sin hablar, dejando como único protagonista al ronco motor de aquel Ford Ranger Raptor que resonaba en la noche. El silencio se quebró con un “beep”, el móvil de Evan brilló dentro del bolsillo de la camisa del secuestrador revelando que había recuperado la cobertura


La camioneta se detuvo como si el sonido del iPhone XII hubiera marcado el fin de la ruta. Los dos hombres bajaron con sus metralletas sobre el hombro. - Go - de nuevo la palabra mágica para indicarle que debía bajar. 


Comenzaron a caminar entre lo arrozales. El olor del agua mezclada con barro de los agujeros de la carretera le recordaba al de los campos de fútbol de San Sebastián en los que tanto tiempo pasó antes de que su pierna le fuera arrebatada. Los hombres hablaban entre ellos con cierto nerviosismo. La conversación parecía subir de tono. 

 

  • Es el momento - dijo el más menudo de ellos a su compañero. A penas habían caminado unos cien metros desde que abandonaran la camioneta. 
  • Arrodillate - indicó a la vez que golpeaba a Evan con la culata en la espalda. 
  • Es el momento - dijo el más menudo de ellos a su compañero. A penas habían caminado unos cien metros desde que abandonaran la camioneta. 
  • Arrodillate - indicó a la vez que golpeaba a Evan con la culata en la espalda. 
  • Comienza a grabar - ordenó ahora a su compañero. 


Con destreza el de mayor envergadura accedió al móvil de Evan, deslizo la pantalla hacia arriba frente a su cara y accedió a sus contenidos. El reconocimiento facial no requerió mucha información ni colaboración por parte del joven apresado. 


Comenzó a grabar frente él. - Saluda a tu madre, ¿no era rica? - rió el hombre mientras rodeaba a Evan. - Habla con ella - Insistió acercando el móvil a su cara dejándole cegado con la luz de la linterna que hacía las veces de flash. - Si no hablas, te aseguro que gemirás de dolor - Dijo mientras pateaba su pierna dolorida. 


Evan cayó de bruces al suelo gritando de de dolor. Estaba en medio de la nada, la tenue luz de la luna a penas dejaba divisar campos encharcados de agua y caminos embarrados. La pierna quemaba, había comenzado a perder la sensibilidad en los dos primeros dedos y el agua mugrienta del suelo había empapado su inmaculada camiseta de Rip Curl. El aroma de la marihuana en combustión alcanzó su pituiataria. Un tercer hombre se había unido a ellos. 


 - Es suficiente, envíalo ya apunta el teléfono de la madre y destruye el móvil - Al menos contaba con dos décadas más que los hombre armados, vestía traje y corbata algo grande para su cuerpo. Su olor reflejaba cierto cuidado personal pero sus zapatos rebosaban barro. 


Condujeron a Evan hasta una cabaña cercana. Los hombres volvían a discutir. Lo introdujeron en la cabaña sin luz alguna y, a tientas, le dirigieron hasta la primera habitación. El recién incorporado le lanzó contra el fondo de la estancia. 

  • Ni se te ocurra hacer cosas raras. - Retiró su americana dejando ver un cinturón del que colgaba una pistola de 9mm. Evan no sabía demasiado de armas, pero aquella era inconfundible, las películas del 007 habían sido el padre que nunca había conocido y con ese modelo Sean Coneri había derrotado a todos sus enemigos. 
  • No tengo intención. - Respondió enseñando sus manos atadas. 


No hubo respuesta, solo el ruido de la puerta cerrándose tras el hombre y un sonoro golpe tras él.


El olor a madera quemada llegó hasta la habitación. -Será una noche larga. - pensó Evan . Los hombres conversaban, sus voces parecían relajadas.. No pasaron más de quince minutos hasta que los efluvios de unas carnes doradas por el fuego llegaran hasta la nariz de Evan. - No creo que sean para mi. - sus tripas rugieron haciéndole consciente de que llevaba horas sin probar bocado. 


Las luces de una camioneta se colaron entre las maderas que conformaban la cabaña. La estancia era minúscula, a penas podría tumbarse con comodidad. En el suelo, unas mantas roídas hacían las veces de pavimento y en las paredes el cartel de un espectáculo local era la única decoración. 


  • Ahora suéltalo. - La voz de una mujer llegó hasta la cabaña. Los tres hombres habían salido a su encuentro. Evan a penas podría ver pero no comprobó que no iban armados. 
  • No amiga, el acuerdo era raptarlo, lo que hemos hecho. Si quieres que lo soltemos deberás pagar el triple. - el hombre trajeado dió un paso adelante. No menos de tres altibajos y dos eructos acompañaron a su respuesta. 


Evan reconoció la voz de inmediato, era la de su madre. Pero, ¿qué significaba aquello? ¿Como que el acuerdo era raptarle, a quién, a él? Aquello era una locura, por qué iba a querer su madre algo así. No entendía nada. 


  • No voy a pagar ni el doble, ni la mitad, podéis quedaros con el niño. Quería una lección, pues ahora la va a tener de verdad. No pidáis rescate, no voy a pagar ni un dólar más. -


Los hombres, se miraron entre sí _. El hombre trajeado dio un par de instrucciones rápidas, los más jóvenes desaparecieron en la cabaña. En un momento arrastraron a Evan hasta la parte delantera de la camioneta, frente a las luces 


El revolver de 9mm estaba ahora sobre su pecho. - ¿esto es lo que quieres?, vienes aquí, a nuestra casa y pretendes reírte de nosotros. Aquí las reglas las ponemos nosotros. 


La camioneta rugió. La explosión de la gasolina dio lugar a la acción. Las ruedas deslizaron hacia detrás y lanzaron las dos toneladas contra Evan y su verdugo. Evan se preparó para el impacto. El choque impactó con fuerza, ambos quedaron suspendidos sobre el capó. Evan aferrado con sus brazos y piernas consiguió encajar su pierna metálica en la parrilla frontal. El pulgar en alto bastó para que su madre entendiera el mensaje. La camioneta aceleró adentrándose de nuevo en el camino, zarandeándose de un lado a otro, al tercer movimiento el hombre trajeado se vio lanzado hasta el arrozal. 


Transcurrieron más de tres kilómetros hasta que la camioneta paró. Evan soltó su pierna de su cuerpo. El aroma a Chanel de su madre le resultó chocante en aquel contexto. Ambos se fundieron en un abrazo. Evan no olvidaría nunca aquella lección, - mi madre tampoco.- pensó mientras apretaba con fuerza a la mujer que le había dado la vida. 

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