jueves, 27 de mayo de 2021

cuerpo

En su cuello, en sus muñecas, en su pecho. Pierre intentaba encontrar la llave de aquella habitación. Buscaba en el cuerpo del hombre desdentado que yacía estirado en el suelo con los brazos en cruz, inmóvil. Se posó ante sus ojos, conocía aquella expresión: pupilas contraídas, mueca burlona y mirada perdida. La mezcla que guardaba su pipa nada tenía que ver con la adormidera que usaba sacerdotisa Tefnur para curar las jaquecas de Ra, o con el opio que se vendía en las calles de Aswan. El hombre desdentado había jugado demasiado a encender y apagar aquella mezcla de tabaco y sustancias prohibidas. Tardaría horas, o incluso días en recuperar la cordura. 


Comenzó a desnudarle, movía sus manos con torpeza, la toxicidad del humo podía ser peor que cualquier droga. Acarició los pelos chamuscados de su pierna quemada con dulzura. Uno a uno fueron cayendo ante el paso de sus dedos. Introdujo sus huellas dactilares en la carne cocinada, sonrió. Amaba la vida, le fascinaba la muerte. Aquellas carnes contraídas y de color bélico, el olor a suciedad y necrosis, era como estar en la cámara de momificación del cadáver de un faraón. 


Fue ascendiendo en su cuerpo. Beso sus rodillas. Lamió su muslo. Así hasta llegar a su pene. Como toda ropa interior una cuerda sujetaba inestable el prepucio del hombre hacia su vientre. Pierre se sostenía con dificultad, apoyaba los codos sobre el hombre desdentado y gateaba sobre su cuerpo. Escodió su cabeza en las faldas de la túnica blanca humeante. Acercó sus labios al mayor de los manjares que atesoraba aquel cuerpo y aspiro el aroma a orina y semen y suciedad de aquel pene oscuro enterrado en un nido de serpientes que trataban de acceder a su cúspide. Sonrió. 


La tos de Pierre volvió a su cuerpo haciéndole doblar su cintura. Su diafragma se movía hacia arriba y hacia abajo con a violencia de una convulsión. No podía contener el aire, no podía aspirarlo. Se tumbó de lado junto al hombre desdentado sin parar de toser. Tenía los ojos cerrados y las rodillas apretadas contra el pecho. Las manchas de sangre de sus venas rotas por el esfuerzo de su cuerpo comenzaron a teñir la túnica blanca del cuerpo que estaba junto a él. 

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