Un abrazo."
Conciliábulo
jueves, 17 de junio de 2021
Un abrazo."
BRINDIS AL SOL
Cuando pierdes la vida ya no tienes nada que perder y tampoco que ganar, pero hasta ese preciso momento o instante o milésima de segundo te tiras toda la vida perdiendo cosas, despidiéndote de trozos de vida: de colegios, de la universidad, de trabajos, de amigos que se van antes de hora, de novias ( que te la pegan o se la pegas tú), y hasta de tus progenitores. La vida, pues, es una despedida continua, un continuo “perder de vista”. El día que Abel se despidió de la lluvia, o de Euskadi, que viene a ser lo mismo, decidió despedirse también del txakoli. Quedó con los amigos y se fueron de pinchos por el barrio viejo de Bilbo, llovía como siempre y Abel había conseguido que lo trasladaran a los astilleros de Sevilla, llamados Astilleros del Guadalquivir, siempre había oído que en Sevilla la lluvia es una maravilla, en los cinco años que llevaba en Bilbo había llegado al convencimiento de que la lluvia en Euskadi es una maldición. Abel levantó su copa de txakoli y brindó con sus amigos vascos : “ Os quiero mucho y he pasado aquí los mejores años de mi vida, pero a dios pongo por testigo que esta es la última copa de txakoli que me tomo y el último mes que veo llover durante todos los días”. Los amigos le dijeron que eso no había quien se lo creyera y que eso era un brindis al sol. Lo cierto es que esa noche lo cumplió y en el siguiente bar Abel se pidió un Ribera Sacra, mientras, seguía lloviendo a todo meter.
Al día siguiente se subió al avión con la ilusión de un niño que se va de campamento de verano. Aterrizó en Sevilla y cuando salió a la parada de taxis bendijo al sol abrasador y al cielo sin una sola nube, habló con el taxista sobre la lluvia y éste le dijo que no recordaba la última vez que llovió. Una vez instalado en el apartamento, que había alquilado desde Bilbao, decidió irse a conocer la ciudad. Anduvo por toda la ciudad sin chubasquero y sin paraguas y se sintió el hombre más dichoso del mundo, era un domingo de junio y el calor subía el mercurio de los termómetros hasta los 39 grados. Se tomó unas manzanillas, algún fino y una Cruzcampo en la calle Sierpes, pensó que no le gustaban mucho esos sabores pero ya se iría acostumbrando. Las promesas son las promesas y él se había despedido del txakoli.
El trabajo en los astilleros era el mismo, diseñaba las tuberías de los buques en 3 D y se las mandaba a los obreros diariamente; los compañeros enseguida se hicieron amigos y en Sevilla era sencillo conocer gente. Recordó que en Bilbao le costó más de un año conseguir tener confianza con las personas de su círculo. Pero aquí en tres meses ya tenía un montón de amigos.
Y llegó octubre y un domingo paseando a orillas el Guadalquivir se puso a llover torrencialmente. Abel comenzó a echar de menos a Bilbao y al txakoli. La sensación de estar empapado le hizo reflexionar sobre la tortura que nos hace la mente a los humanos de querer siempre lo que no tenemos y aborrecer lo que tenemos. Tanto echó de menos la lluvia que en un mes se estaba despidiendo de Sevilla y regresando a Bilbao.
AUSENCIA
Nuestra cama es grande, la más grande que en su día encontramos. Doy vueltas por ella buscando el sueño. Las luces de la ciudad penetran a través de las venecianas que cubren el gran ventanal; suelo dejarlas entornadas porque me gusta ver cuando abro los ojos en la noche. Enciendo la lamparilla porque necesito pensar a través de mis ojos y ver las señales que me rodean. Sobre mi mesilla está mi trabajo favorito, una escultura de quince centímetros de alto, que hice con fundición de plata. Representa una figura femenina y parece un capullo en formación. Quise dar forma al Haiku de Mario Benedetti.
la mariposa
recordará por siempre
qué fue gusano.
Resultó ser un hallazgo porque fue mucho más allá de mi intención. Desde entonces, la necesidad de repetir esa experiencia ha ocupado todo mi tiempo. Sin ver nada más. Al lado del ventanal está mí sillón azul, tiene un diseño futurista, anatómico, y en el suelo perderme en la lectura; ahora en la penumbra parece desear un cuerpo que lo habite. Contemplo el cuadro que hay frente a mí; está compuesto con una veladura de color azul sobre rojo; deja ese rojo al descubierto de forma que parece una herida cortada a cuchillo.
Cierro los ojos; escucho el rumor de coches que viajan con destino desconocido. Y, otro sonido viene desde muy lejos deambulando por mi memoria. Es el sereno que todas las noches pasa golpeando el suelo con su bastón, y vigila las calles mientras dormimos. Hace mucho, mucho tiempo que se ha hecho de noche y ella todavía no ha llegado. La espero porque tiene que seguir leyendo el cuento. Quiero saber que le va a pasar a la niña que abandonaron por la noche en un portal. Me gusta dormirme escuchando su voz.
Para mantenerme despierta lo miro todo. Veo la luz que entra por el balcón desde el farol de la calle, y cuando se encuentra con el espejo del tocador, hace ver una montaña del color de la luna, soy yo debajo de las sabanas. Sube a las lagrimas de cristal y con ella brillan; también a las rosas de bronce clavadas en el cabecero de la cama, la luz las hace vibrar.
Esta tarde desde el balcón de enfrente, en casa de la vecina a donde me llevaron, no sé porqué, porque no me gusta; pude ver a un grupo grande de gente en la puerta de mi casa. Un tiempo después, todos juntos han seguido detrás de un coche de cristal con un joyero dentro, como el que tiene ella encima del tocador pero mucho mas grande. El suyo está ahí, lo veo en el espejo unido a mí.
Abro los ojos. Veo ahora. Ahí, todo el tiempo sin ti. Detengo la mirada en el sillón azul, él estaba allí esta mañana, vestido con el traje de los días en que tiene que tomar decisiones importantes, mirándome, esperando que yo despertara para decirme adiós para siempre.
Apago la lamparilla, cierro los ojos, entro en la oscuridad donde espero encontrarme con el sueño.
Pepa Lopez
miércoles, 16 de junio de 2021
SIN DESPEDIDA
Cierro los ojos a la cerradura
de la despedida
No me retes
Viviré más y más…
Hasta la extenuación
La despedida me da fuerza de
ultratumba, tumbados en la tumba de mar
No te despediré ni a ti, ni al
viento
Ni a los sueños
Ni a las calaveras de ojos
pardos
Ni a la ternura entre mis
piernas
Ni a la vida sin vida
Ni a los poetas que brillan
sin poemas
No te despido, porque soy
despedida de las lágrimas que me bebo de mi misma
No te despediré ni a ti ni a
nadie
Navegare entre un olvido de
una voz que ya no recuerdo
Tu despedida, si la hubo, me suena a canción ruidosa que embriaga mis
oídos
El mar se va con las tormentas
de espuma blanca, donde no te podre despedir, porque las despedidas son
efímeras como el vaivén de los días.
No existes, por eso no te
despido
Te olvido bajo el run, run.. de
un amor que se esfumo en el hielo de la muerte
Presiento que la herida dejo la profundidad de muchos metros donde no los quiero ver
Nos despedimos con una tierna
mirada de mar de nuevo, desnudos ante los sueños
No me dijiste nada
Tu silencio, fue la despedida
más bella, no hubieron palabras en tu boca
Tus ojos bailando en mis ojos
Esa fue, creo olvidar una
despedida un tanto mentirosa, de dos almas itinerantes que no saben despedir
para no destruirse
Tú eras así, podías combinar
el silencio con la elegancia de las palabras
Sonaron las trompetas del
infierno, la noche oscureció en nuestros cuerpos.
jueves, 10 de junio de 2021
Tiempo - Myriam G.
El tiempo, como la gota lenta de la clepsidra, fluye largo
cuando te espero. Y, sin embargo, bulle con burbujas breves y brillantes cuando
te encuentro. Cuando te sueño, se sublima, elevándose sutil al cielo, liviano, sin
peso.
Pero de pronto siento a ese tiempo dulce preñado de
nubarrones grises. Negros augurios se arrastran por mi ánimo. Como un perro que
presiente el peligro, gruño a la incertidumbre. Quiero que se aparte. ¡Largo!
Y en un parpadeo el tiempo revienta rechinando en un aullido
de caucho que perfora los tímpanos. Estalla en un estruendo de cristales rotos.
Se desgarra en un grito de metal retorcido brutalmente.
La sangre caliente y el alma helada. Y ya no hay tiempo. Se
ha detenido para dejarnos ver y oír y entender que esto quizá sea el adiós. Qué
cruel amabilidad la suya. Qué dolorosa lucidez la que nos regala. Vemos todo.
Oímos todo. Y no sentimos nada. Sólo que él se escapa.
¡NO!
Me revuelvo. Me enfrento. Lucho. Pataleo. Sólo deseo que tú te
resistas también. ¡Pelea! ¡Golpea! ¡Sacúdete! ¡No lo dejes escapar! ¡Que no se
salga con la suya! ¡Nos pertenece! ¡Eh, nos perteneces!
Sonríe burlón.
Nos mira, pensativo.
Se aleja lento, cabizbajo.
…
¡Y regresa!
Se acompaña de un dolor lacerante que nos atraviesa. De una conciencia clara de un nuevo ritmo frenético. Porque no hay ni un minuto que sacrificar. Ni un aliento que desperdiciar. Ni un latido que perder.
Maldito tiempo.
Bendito tiempo.
SOY...
Si me pregunto quién soy, la respuesta huye, como rehúye mi sombra mientras camino.
Sé el lugar donde nací, del que salí y me alejé; permanece diáfano, adiáfano en mi memoria.
Sí, en secreto me engendraron mis padres, pero por ellos llevo mí nombre, conocido, reconocido.
Sé que crecí: aprendí que yo era yo, me embargaron sensaciones y sentimientos.
Sí, fui amante, luego, amante y esposa, madre, mujer...
Sé que todo esto no es lo que soy, pero qué más puedo decir, no sé.
Sí sé que un día dejaré de ser, de estar, y quizás haya alguien que defina lo que fui.
ROJO NEGRO
El viaje al oeste,
un camino que todos recorrerán:
campo florido.
Baiseki
Estaba aturdida; había sido demasiado largo el viaje teniendo en cuenta su estado. Al salir, arrastrando la pequeña maleta, busco su nombre entre los pequeños carteles y reconoció al hombre, que no lo necesitaba porque seguía siendo el mismo de siempre. Estrecharon sus manos mientras él le daba la bienvenida. Sentados ya dentro del coche, él observando su rostro le pregunto inquieto si se sentía bien, ella respondió que únicamente estaba cansada. Le propuso que durmiera un poco durante el trayecto hasta llegar al hotel, pero ella dijo que no podía dormir, porque no quería perder ni un instante de la visión del paisaje; abrió un poco la ventanilla y aspiró el denso aire marino.
Había sido una primavera inusualmente lluviosa; el verde del musgo y de las diferentes cactáceas formaba un trio de color con las rocas volcánicas, rojas y negras. A lo lejos, el oscuro mar aparecía por detrás del volcán. Esa gran montaña que muchos años antes había colonizado el mar, haciendo más grande la isla. Fue la parturienta tierra quien arrojó por su cumbre roja lava, como venas de sangre, que fueron deslizándose pendiente abajo hasta llegar al mar, y este la convirtió, con sus frías aguas, en roca a la que acaricia y agrede cada instante.
Estacionó en la entrada, y mientras él la ayudaba a salir del coche, apareció en la puerta su mujer que les estaba esperando, ella y la viajera se dieron un abrazo. El matrimonio eran dueños del pequeño hotel de cuatro habitaciones, situado en un paraje solitario a un kilometro escaso del mar.
Solían pasar unas semanas todos los años allí, de manera que la relación con los dueños se había convertido en amistad. Dos años hacía, después de que su marido muriera, que ella no había vuelto. Esta vez venía a despedirse.
Los amigos, viendo el cansancio de ella, le propusieron subir a su habitación, la de siempre, y llevarle allí algo de cena, ella acepto subir pero rechazó la invitación, alegando que el cansancio la dejaba sin hambre.
Estuvo dos días descansando sin salir de la habitación , apenas probó la comida que le subieron y paso el tiempo sentada en la pequeña terraza mirando el mar; escudriñando el camino por el que la luz discurre durante el día; quería recuperar fuerzas para cumplir su intimo deseo.
El tercer día supo que era el momento. Dejo una nota de explicación y disculpa, y salió al atardecer; se alegró de no encontrarse con nadie; si pensaban que seguía en su habitación nadie la molestaría. Caminó despacio, como le permitían sus fuerzas, hasta donde solían ir su marido y ella para ver ponerse el sol. Un lugar entre las rocas, cerca de la orilla donde el mar las abraza. Llego vacilante, y se sentó apoyando la espalda en la roca, ésta le transmitió el calor que todavía guardaba.
El sol se acercaba al horizonte y las gaviotas desfilaban ante él aprovechando el último resplandor. Cerro los ojos y centró la atención en el lenguaje del mar; escuchó el orgasmo que provocaban rocas y olas entrelazadas, inhalo su intensa esencia. Atendió al viento que le susurraba mientras acariciaba su rostro y peinaba su pelo. Perdió la noción del tiempo.
Abrió los ojos para ver y despedir al sol que ya se estaba acercando al ocaso. Todo empezaba a teñirse de de rojo. Una pátina rubí se extendía sobre la superficie del mar que ya era casi negro.
Cerró los ojos y observó su cuerpo, no sentía los pies, la roca en la que se apoyaba ya había perdido el calor en la medida que la noche avanzaba. El mar continuaba su incansable existencia. El viento, como su respiración, era cada vez mas frio y agitado.
Abrió los ojos para abandonar una vez más la oscuridad y la exterior estaba llena de luces. Nunca vio brillar tanto la noche, luego, se adentro en lo más profundo de ella.
Pepa Lopez
jueves, 3 de junio de 2021
TUS LABIOS DE SAL
Las viejas cortinas giraban suave
al viento de delante hacia atrás como si la música les edificara una suave
tertulia de palabras, la puerta abierta a la sombría calima del mes de junio,
me gustaba que el polvo se abriese entre tus piernas, el suelo agitaba las
mareas de una noche que había sido controvertida, deseaban los duendes perderse
entre los campos de las espigas?
Embelese al silencio para que no desapareciese.
Desafié a los dos mundos para que
cediesen un momento de tanta incertidumbre, este lugar inexistente existía
donde solo tu podías existir, pero y yo????....Donde me quedaba yo, si venia
del ruido, de la rapidez, de la riqueza de las miserias, maldiciendo a mis
males de los que quería que tú no supieras, riéndome del espectáculo de las sensaciones discordantes de los
duendes. De mis locuras de erres, de eses,
de que se yo.
Me maldije, corrí y desperté, no
me vuelvas a despertar, gimen los lobos de la mar, los lobos hambrientos de un
espíritu que se va… se va a la especie de los espíritus, donde se gime, donde
se arrancan los gemidos… que hacer cuando te vas… y tus sonidos son
pensamientos ruidosos en tu cabeza, gimo, gimo como un perro rabioso, gimo y te
hago el amor hasta quedar exhausta, porque el dolor es gemir, el placer es
gemir, somos lobos de espiga o de mar, o de silencio de la libertad de las
cortinas que flotan para que nunca quizás volvamos a estar. Esta noche
marcharemos al camino de la soledad, borraremos cada instante, así seguiremos
nuestro camino de dolor y de mar de lobos.
Inma
“Querrás saber por qué no estoy en casa y por qué no he llamado para avisar de que me iba. Esta noche se me ha aparecido la Virgen y me ha d...
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Rambla Triste Sabiamente, a traición, esa ciudad se ocupa de vengarse. MANUEL DELGADO Era posible que la nariz tapada por el...
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AUSENCIA Nuestra cama es grande, la más grande que en su día encontramos. Doy vueltas por ella buscando el sueño. Las luces de la ciudad pen...
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Hace muchos años tuve un amigo que se llamaba Jim y desde entonces nunca he vuelto a ver a un norteamericano más triste. Desesperados he v...