jueves, 17 de junio de 2021

“Querrás saber por qué no estoy en casa y por qué no he llamado para avisar de que me iba. Esta noche se me ha aparecido la Virgen y me ha dicho que mi muerte caerá de los cielos, después se ha dado la vuelta, ha caminado al frente y ha desaparecido sin dar más explicaciones. Creo que ha venido a advertirme de que Cristo querrá verme arder en el infierno después de aquella misa el año pasado, donde nos habíamos de turnar para besar sus pies de porcelana y le dije al párroco que de ningún modo, a menos que les pasaran un trapo por encima. Te acordarás porque te sentaste detrás de mí y me mandaste callar. Su madre sabrá que mientras ande por la acera, puede caerme encima la maceta de algún vecino que regaba las plantas del balcón o que de casualidad me aplaste la rama del un árbol en mal estado; seguro que la Virgen se refiere a eso cuando me ha dicho que lo que me matará vendrá de arriba. Por eso he decidido marcharme cuanto antes a lo alto de las montañas, donde no hay edificios ni árboles demasiado grandes y porque estaré lo suficientemente cerca del cielo para encontrar a Cristo y pedir disculpas; creo que podré evitar mi muerte de este modo.
No quiero que vengas a buscarme porque temo que piense que me estás ayudando y vaya también a por ti, incluso aunque, al contrario que a mí, no te importó pasar la boca por la saliva del resto. Volveré cuando mi perdón sea aceptado.
Nada de lo que he dicho es mentira, por lo que esta carta es una despedida provisional. No tienes que preocuparte ni nada por el estilo.
Un abrazo."


“Estimado sr.
Lamentamos informarle que el helicóptero de rescate al que se le asignó la búsqueda de su hermano tras la denuncia por desaparición sufrió una avería durante el aterrizaje y cayó a tierra. Su hermano se encontraba en el punto donde ocurrió la colisión y murió en el acto. El cuerpo permanece en la base policial de operaciones de montaña sin ninguna pertenencia adicional, podrá recogerse a partir de mañana.
Nuestro más sentido pésame.”


 BRINDIS AL SOL

 

Cuando pierdes la vida ya no tienes nada que perder y tampoco que ganar, pero hasta ese preciso momento o instante o milésima de segundo te tiras toda la vida perdiendo cosas, despidiéndote de trozos de vida: de colegios, de la universidad, de trabajos, de amigos que se van antes de hora, de novias ( que te la pegan o se la pegas tú), y hasta de tus progenitores. La vida, pues, es una despedida continua, un continuo “perder de vista”. El día que Abel se despidió de la lluvia, o de Euskadi, que viene a ser lo mismo, decidió despedirse también del txakoli. Quedó con los amigos y se fueron de pinchos por el barrio viejo de Bilbo, llovía como siempre y Abel había conseguido que lo trasladaran a los astilleros de Sevilla, llamados Astilleros del Guadalquivir, siempre había oído que en Sevilla la lluvia es una maravilla, en los cinco años que llevaba en Bilbo había llegado al convencimiento de que la lluvia en Euskadi es una maldición. Abel levantó su copa de txakoli y brindó con sus amigos vascos : “ Os quiero mucho y he pasado aquí los mejores años de mi vida, pero a dios pongo por testigo que esta es la última copa de txakoli que me tomo y el último mes que veo llover durante todos los días”. Los amigos le dijeron que eso no había quien se lo creyera y que eso era un brindis al sol. Lo cierto es que esa noche lo cumplió y en el siguiente bar Abel se pidió un Ribera Sacra, mientras, seguía lloviendo a todo meter.

Al día siguiente se subió al avión con la ilusión de un niño que se va de campamento de verano. Aterrizó en Sevilla y cuando salió a la parada de taxis bendijo al sol abrasador y al cielo sin una sola nube, habló con el taxista sobre la lluvia y éste le dijo que no recordaba la última vez que llovió. Una vez instalado en el apartamento, que había alquilado desde Bilbao, decidió irse a conocer la ciudad. Anduvo por toda la ciudad sin chubasquero y sin paraguas y se sintió el hombre más dichoso del mundo, era un domingo de junio y el calor subía el mercurio de los termómetros hasta los 39 grados. Se tomó unas manzanillas, algún fino y una Cruzcampo en la calle Sierpes, pensó que no le gustaban mucho esos sabores pero ya se iría acostumbrando. Las promesas son las promesas y él se había despedido del txakoli.

El trabajo en los astilleros era el mismo, diseñaba las tuberías de los buques en 3 D y se las mandaba a los obreros diariamente; los compañeros enseguida se hicieron amigos y en Sevilla era sencillo conocer gente. Recordó que en Bilbao le costó más de un año conseguir tener confianza con las personas de su círculo. Pero aquí en tres meses ya tenía un montón de amigos.

Y llegó octubre y un domingo paseando a orillas el Guadalquivir se puso a llover torrencialmente. Abel comenzó a echar de menos a Bilbao y al txakoli. La sensación de estar empapado le hizo reflexionar sobre la tortura que nos hace la mente a los humanos de querer siempre lo que no tenemos y aborrecer lo que tenemos. Tanto echó de menos la lluvia que en un mes se estaba despidiendo de Sevilla y regresando a Bilbao.

AUSENCIA

Nuestra cama es grande, la más grande que en su día encontramos. Doy vueltas por ella buscando el sueño. Las luces de la ciudad penetran a través de las venecianas que cubren el gran ventanal; suelo dejarlas entornadas porque me gusta ver cuando abro los ojos en la noche. Enciendo la lamparilla porque necesito pensar a través de mis ojos y ver las señales que me rodean. Sobre mi mesilla está mi trabajo favorito, una escultura de quince centímetros de alto, que hice con fundición de plata. Representa una figura femenina y parece un capullo en formación. Quise dar forma al Haiku de Mario Benedetti.

 la mariposa 

recordará por siempre 

 qué fue gusano. 

Resultó ser un hallazgo porque fue mucho más allá de mi intención. Desde entonces, la necesidad de repetir esa experiencia ha ocupado todo mi tiempo. Sin ver nada más. Al lado del ventanal está mí sillón azul, tiene un diseño futurista, anatómico, y en el suelo perderme en la lectura; ahora en la penumbra parece desear un cuerpo que lo habite. Contemplo el cuadro que hay frente a mí; está compuesto con una veladura de color azul sobre rojo; deja ese rojo al descubierto de forma que parece una herida cortada a cuchillo.

Cierro los ojos; escucho el rumor de coches que viajan con destino desconocido. Y, otro sonido viene desde muy lejos deambulando por mi memoria. Es el sereno que todas las noches pasa golpeando el suelo con su bastón, y vigila las calles mientras dormimos. Hace mucho, mucho tiempo que se ha hecho de noche y ella todavía no ha llegado. La espero porque tiene que seguir leyendo el cuento. Quiero saber que le va a pasar a la niña que abandonaron por la noche en un portal. Me gusta dormirme escuchando su voz.

Para mantenerme despierta lo miro todo. Veo la luz que entra por el balcón desde el farol de la calle, y cuando se encuentra con el espejo del tocador, hace ver una montaña del color de la luna, soy yo debajo de las sabanas. Sube a las lagrimas de cristal y con ella brillan; también a las rosas de bronce clavadas en el cabecero de la cama, la luz las hace vibrar. 

Esta tarde desde el balcón de enfrente, en casa de la vecina a donde me llevaron, no sé porqué, porque no me gusta; pude ver a un grupo grande de gente en la puerta de mi casa. Un tiempo después, todos juntos han seguido detrás de un coche de cristal con un joyero dentro, como el que tiene ella encima del tocador pero mucho mas grande. El suyo está ahí, lo veo en el espejo unido a mí.

Abro los ojos. Veo ahora. Ahí, todo el tiempo sin ti. Detengo la mirada en el sillón azul, él estaba allí esta mañana, vestido con el traje de los días en que tiene que tomar decisiones importantes, mirándome, esperando que yo despertara para decirme adiós para siempre.

Apago la lamparilla, cierro los ojos, entro en la oscuridad donde espero encontrarme con el sueño. 

Pepa Lopez 






miércoles, 16 de junio de 2021

 

SIN  DESPEDIDA 

Cierro los ojos a la cerradura de la despedida

No me retes

Viviré más y más…

Hasta la extenuación

La despedida me da fuerza de ultratumba, tumbados en la tumba de mar

No te despediré ni a ti, ni al viento

Ni a los sueños

Ni a las calaveras de ojos pardos

Ni a la ternura entre mis piernas

Ni a la vida sin vida

Ni a los poetas que brillan sin poemas

No te despido, porque soy despedida de las lágrimas que me bebo de mi misma

No te despediré ni a ti ni a nadie

Navegare entre un olvido de una voz que  ya no recuerdo

 Tu despedida, si la hubo,  me suena a canción ruidosa que embriaga mis oídos

El mar se va con las tormentas de espuma blanca, donde no te podre despedir, porque las despedidas son efímeras como el vaivén de los días.

No existes, por eso no te despido

Te olvido bajo el run, run.. de un amor que se esfumo en el hielo de la muerte

 Presiento que la herida dejo la profundidad  de muchos metros donde no los quiero ver

Nos despedimos con una tierna mirada de mar de nuevo, desnudos ante los sueños

No me dijiste nada

Tu silencio, fue la despedida más bella, no hubieron palabras en tu boca

Tus ojos bailando en mis ojos

Esa fue, creo olvidar una despedida un tanto mentirosa, de dos almas itinerantes que no saben despedir para no destruirse

Tú eras así, podías combinar el silencio con la elegancia de las palabras

Sonaron las trompetas del infierno, la noche oscureció en nuestros cuerpos.

 

 

 

 

jueves, 10 de junio de 2021

 Tiempo - Myriam G.

El tiempo, como la gota lenta de la clepsidra, fluye largo cuando te espero. Y, sin embargo, bulle con burbujas breves y brillantes cuando te encuentro. Cuando te sueño, se sublima, elevándose sutil al cielo, liviano, sin peso.

Pero de pronto siento a ese tiempo dulce preñado de nubarrones grises. Negros augurios se arrastran por mi ánimo. Como un perro que presiente el peligro, gruño a la incertidumbre. Quiero que se aparte. ¡Largo!

Y en un parpadeo el tiempo revienta rechinando en un aullido de caucho que perfora los tímpanos. Estalla en un estruendo de cristales rotos. Se desgarra en un grito de metal retorcido brutalmente.

La sangre caliente y el alma helada. Y ya no hay tiempo. Se ha detenido para dejarnos ver y oír y entender que esto quizá sea el adiós. Qué cruel amabilidad la suya. Qué dolorosa lucidez la que nos regala. Vemos todo. Oímos todo. Y no sentimos nada. Sólo que él se escapa.

¡NO!

Me revuelvo. Me enfrento. Lucho. Pataleo. Sólo deseo que tú te resistas también. ¡Pelea! ¡Golpea! ¡Sacúdete! ¡No lo dejes escapar! ¡Que no se salga con la suya! ¡Nos pertenece! ¡Eh, nos perteneces!

Sonríe burlón.

Nos mira, pensativo.

Se aleja lento, cabizbajo.

¡Y regresa!

Se acompaña de un dolor lacerante que nos atraviesa. De una conciencia clara de un nuevo ritmo frenético. Porque no hay ni un minuto que sacrificar. Ni un aliento que desperdiciar. Ni un latido que perder.

Maldito tiempo.

Bendito tiempo.

 

 



SOY...

Si me pregunto quién soy, la respuesta huye, como rehúye mi sombra mientras camino.

Sé el lugar donde nací, del que salí y me alejé; permanece diáfano, adiáfano en mi memoria.

Sí, en secreto me engendraron mis padres, pero por ellos llevo mí nombre, conocido, reconocido.

Sé que crecí: aprendí que yo era yo, me embargaron sensaciones y sentimientos.

Sí, fui amante, luego, amante y esposa, madre, mujer...

Sé que todo esto no es lo que soy, pero qué más puedo decir, no sé.

Sí sé que un día dejaré de ser, de estar, y quizás haya alguien que defina lo que fui.




ROJO NEGRO


El viaje al oeste,

un camino que todos recorrerán:

campo florido.

Baiseki


Estaba aturdida; había sido demasiado largo el viaje teniendo en cuenta su estado. Al salir, arrastrando la pequeña maleta, busco su nombre entre los pequeños carteles y reconoció al hombre, que no lo necesitaba porque seguía siendo el mismo de siempre. Estrecharon sus manos mientras él le daba la bienvenida. Sentados ya dentro del coche, él observando su rostro le pregunto inquieto si se sentía bien, ella respondió que únicamente estaba cansada. Le propuso que durmiera un poco durante el trayecto hasta llegar al hotel, pero ella dijo que no podía dormir, porque no quería perder ni un instante de la visión del paisaje; abrió un poco la ventanilla y aspiró el denso aire marino. 

Había sido una primavera inusualmente lluviosa; el verde del musgo y de las diferentes cactáceas formaba un trio de color con las rocas volcánicas, rojas y negras. A lo lejos, el oscuro mar aparecía por detrás del volcán. Esa gran montaña que muchos años antes había colonizado el mar, haciendo más grande la isla. Fue la parturienta tierra quien arrojó por su cumbre roja lava, como venas de sangre, que fueron deslizándose pendiente abajo hasta llegar al mar, y este la convirtió, con sus frías aguas, en roca a la que acaricia y agrede cada instante.

Estacionó en la entrada, y mientras él la ayudaba a salir del coche, apareció en la puerta su mujer que les estaba esperando, ella y la viajera se dieron un abrazo. El matrimonio eran dueños del pequeño hotel de cuatro habitaciones, situado en un paraje solitario a un kilometro escaso del mar. 

Solían pasar unas semanas todos los años allí, de manera que la relación con los dueños se había convertido en amistad. Dos años hacía, después de que su marido muriera, que ella no había vuelto. Esta vez venía a despedirse.

Los amigos, viendo el cansancio de ella, le propusieron subir a su habitación, la de siempre, y llevarle allí algo de cena, ella acepto subir pero rechazó la invitación, alegando que el cansancio la dejaba sin hambre.

Estuvo dos días descansando sin salir de la habitación , apenas probó la comida que le subieron y paso el tiempo sentada en la pequeña terraza mirando el mar; escudriñando el camino por el que la luz discurre durante el día; quería recuperar fuerzas para cumplir su intimo deseo.

El tercer día supo que era el momento. Dejo una nota de explicación y disculpa, y salió al atardecer; se alegró de no encontrarse con nadie; si pensaban que seguía en su habitación nadie la molestaría. Caminó despacio, como le permitían sus fuerzas, hasta donde solían ir su marido y ella para ver ponerse el sol. Un lugar entre las rocas, cerca de la orilla donde el mar las abraza. Llego vacilante, y se sentó apoyando la espalda en la roca, ésta le transmitió el calor que todavía guardaba. 

El sol se acercaba al horizonte y las gaviotas desfilaban ante él aprovechando el último resplandor. Cerro los ojos y centró la atención en el lenguaje del mar; escuchó el orgasmo que provocaban rocas y olas entrelazadas, inhalo su intensa esencia. Atendió al viento que le susurraba mientras acariciaba su rostro y peinaba su pelo. Perdió la noción del tiempo.

Abrió los ojos para ver y despedir al sol que ya se estaba acercando al ocaso. Todo empezaba a teñirse de de rojo. Una pátina rubí se extendía sobre la superficie del mar que ya era casi negro.

Cerró los ojos y observó su cuerpo, no sentía los pies, la roca en la que se apoyaba ya había perdido el calor en la medida que la noche avanzaba. El mar continuaba su incansable existencia. El viento, como su respiración, era cada vez mas frio y agitado.

Abrió los ojos para abandonar una vez más la oscuridad y la exterior estaba llena de luces. Nunca vio brillar tanto la noche, luego, se adentro en lo más profundo de ella. 

Pepa Lopez 

















jueves, 3 de junio de 2021

 

TUS LABIOS DE SAL

Las viejas cortinas giraban suave al viento de delante hacia atrás como si la música les edificara una suave tertulia de palabras, la puerta abierta a la sombría calima del mes de junio, me gustaba que el polvo se abriese entre tus piernas, el suelo agitaba las mareas de una noche que había sido controvertida, deseaban los duendes perderse entre los campos de las espigas?

Embelese al  silencio para que no desapareciese. 

Desafié a los dos mundos para que cediesen un momento de tanta incertidumbre, este lugar inexistente existía donde solo tu podías existir, pero y yo????....Donde me quedaba yo, si venia del ruido, de la rapidez, de la riqueza de las miserias, maldiciendo a mis males de los que quería que tú no supieras, riéndome del espectáculo  de las sensaciones discordantes de los duendes. De mis locuras  de erres, de eses, de que se yo.

Me maldije, corrí y desperté, no me vuelvas a despertar, gimen los lobos de la mar, los lobos hambrientos de un espíritu que se va… se va a la especie de los espíritus, donde se gime, donde se arrancan los gemidos… que hacer cuando te vas… y tus sonidos son pensamientos ruidosos en tu cabeza, gimo, gimo como un perro rabioso, gimo y te hago el amor hasta quedar exhausta, porque el dolor es gemir, el placer es gemir, somos lobos de espiga o de mar, o de silencio de la libertad de las cortinas que flotan para que nunca quizás volvamos a estar. Esta noche marcharemos al camino de la soledad, borraremos cada instante, así seguiremos nuestro camino de dolor y de mar de lobos.

Inma

“Querrás saber por qué no estoy en casa y por qué no he llamado para avisar de que me iba. Esta noche se me ha aparecido la Virgen y me ha d...