jueves, 17 de junio de 2021

“Querrás saber por qué no estoy en casa y por qué no he llamado para avisar de que me iba. Esta noche se me ha aparecido la Virgen y me ha dicho que mi muerte caerá de los cielos, después se ha dado la vuelta, ha caminado al frente y ha desaparecido sin dar más explicaciones. Creo que ha venido a advertirme de que Cristo querrá verme arder en el infierno después de aquella misa el año pasado, donde nos habíamos de turnar para besar sus pies de porcelana y le dije al párroco que de ningún modo, a menos que les pasaran un trapo por encima. Te acordarás porque te sentaste detrás de mí y me mandaste callar. Su madre sabrá que mientras ande por la acera, puede caerme encima la maceta de algún vecino que regaba las plantas del balcón o que de casualidad me aplaste la rama del un árbol en mal estado; seguro que la Virgen se refiere a eso cuando me ha dicho que lo que me matará vendrá de arriba. Por eso he decidido marcharme cuanto antes a lo alto de las montañas, donde no hay edificios ni árboles demasiado grandes y porque estaré lo suficientemente cerca del cielo para encontrar a Cristo y pedir disculpas; creo que podré evitar mi muerte de este modo.
No quiero que vengas a buscarme porque temo que piense que me estás ayudando y vaya también a por ti, incluso aunque, al contrario que a mí, no te importó pasar la boca por la saliva del resto. Volveré cuando mi perdón sea aceptado.
Nada de lo que he dicho es mentira, por lo que esta carta es una despedida provisional. No tienes que preocuparte ni nada por el estilo.
Un abrazo."


“Estimado sr.
Lamentamos informarle que el helicóptero de rescate al que se le asignó la búsqueda de su hermano tras la denuncia por desaparición sufrió una avería durante el aterrizaje y cayó a tierra. Su hermano se encontraba en el punto donde ocurrió la colisión y murió en el acto. El cuerpo permanece en la base policial de operaciones de montaña sin ninguna pertenencia adicional, podrá recogerse a partir de mañana.
Nuestro más sentido pésame.”


 BRINDIS AL SOL

 

Cuando pierdes la vida ya no tienes nada que perder y tampoco que ganar, pero hasta ese preciso momento o instante o milésima de segundo te tiras toda la vida perdiendo cosas, despidiéndote de trozos de vida: de colegios, de la universidad, de trabajos, de amigos que se van antes de hora, de novias ( que te la pegan o se la pegas tú), y hasta de tus progenitores. La vida, pues, es una despedida continua, un continuo “perder de vista”. El día que Abel se despidió de la lluvia, o de Euskadi, que viene a ser lo mismo, decidió despedirse también del txakoli. Quedó con los amigos y se fueron de pinchos por el barrio viejo de Bilbo, llovía como siempre y Abel había conseguido que lo trasladaran a los astilleros de Sevilla, llamados Astilleros del Guadalquivir, siempre había oído que en Sevilla la lluvia es una maravilla, en los cinco años que llevaba en Bilbo había llegado al convencimiento de que la lluvia en Euskadi es una maldición. Abel levantó su copa de txakoli y brindó con sus amigos vascos : “ Os quiero mucho y he pasado aquí los mejores años de mi vida, pero a dios pongo por testigo que esta es la última copa de txakoli que me tomo y el último mes que veo llover durante todos los días”. Los amigos le dijeron que eso no había quien se lo creyera y que eso era un brindis al sol. Lo cierto es que esa noche lo cumplió y en el siguiente bar Abel se pidió un Ribera Sacra, mientras, seguía lloviendo a todo meter.

Al día siguiente se subió al avión con la ilusión de un niño que se va de campamento de verano. Aterrizó en Sevilla y cuando salió a la parada de taxis bendijo al sol abrasador y al cielo sin una sola nube, habló con el taxista sobre la lluvia y éste le dijo que no recordaba la última vez que llovió. Una vez instalado en el apartamento, que había alquilado desde Bilbao, decidió irse a conocer la ciudad. Anduvo por toda la ciudad sin chubasquero y sin paraguas y se sintió el hombre más dichoso del mundo, era un domingo de junio y el calor subía el mercurio de los termómetros hasta los 39 grados. Se tomó unas manzanillas, algún fino y una Cruzcampo en la calle Sierpes, pensó que no le gustaban mucho esos sabores pero ya se iría acostumbrando. Las promesas son las promesas y él se había despedido del txakoli.

El trabajo en los astilleros era el mismo, diseñaba las tuberías de los buques en 3 D y se las mandaba a los obreros diariamente; los compañeros enseguida se hicieron amigos y en Sevilla era sencillo conocer gente. Recordó que en Bilbao le costó más de un año conseguir tener confianza con las personas de su círculo. Pero aquí en tres meses ya tenía un montón de amigos.

Y llegó octubre y un domingo paseando a orillas el Guadalquivir se puso a llover torrencialmente. Abel comenzó a echar de menos a Bilbao y al txakoli. La sensación de estar empapado le hizo reflexionar sobre la tortura que nos hace la mente a los humanos de querer siempre lo que no tenemos y aborrecer lo que tenemos. Tanto echó de menos la lluvia que en un mes se estaba despidiendo de Sevilla y regresando a Bilbao.

AUSENCIA

Nuestra cama es grande, la más grande que en su día encontramos. Doy vueltas por ella buscando el sueño. Las luces de la ciudad penetran a través de las venecianas que cubren el gran ventanal; suelo dejarlas entornadas porque me gusta ver cuando abro los ojos en la noche. Enciendo la lamparilla porque necesito pensar a través de mis ojos y ver las señales que me rodean. Sobre mi mesilla está mi trabajo favorito, una escultura de quince centímetros de alto, que hice con fundición de plata. Representa una figura femenina y parece un capullo en formación. Quise dar forma al Haiku de Mario Benedetti.

 la mariposa 

recordará por siempre 

 qué fue gusano. 

Resultó ser un hallazgo porque fue mucho más allá de mi intención. Desde entonces, la necesidad de repetir esa experiencia ha ocupado todo mi tiempo. Sin ver nada más. Al lado del ventanal está mí sillón azul, tiene un diseño futurista, anatómico, y en el suelo perderme en la lectura; ahora en la penumbra parece desear un cuerpo que lo habite. Contemplo el cuadro que hay frente a mí; está compuesto con una veladura de color azul sobre rojo; deja ese rojo al descubierto de forma que parece una herida cortada a cuchillo.

Cierro los ojos; escucho el rumor de coches que viajan con destino desconocido. Y, otro sonido viene desde muy lejos deambulando por mi memoria. Es el sereno que todas las noches pasa golpeando el suelo con su bastón, y vigila las calles mientras dormimos. Hace mucho, mucho tiempo que se ha hecho de noche y ella todavía no ha llegado. La espero porque tiene que seguir leyendo el cuento. Quiero saber que le va a pasar a la niña que abandonaron por la noche en un portal. Me gusta dormirme escuchando su voz.

Para mantenerme despierta lo miro todo. Veo la luz que entra por el balcón desde el farol de la calle, y cuando se encuentra con el espejo del tocador, hace ver una montaña del color de la luna, soy yo debajo de las sabanas. Sube a las lagrimas de cristal y con ella brillan; también a las rosas de bronce clavadas en el cabecero de la cama, la luz las hace vibrar. 

Esta tarde desde el balcón de enfrente, en casa de la vecina a donde me llevaron, no sé porqué, porque no me gusta; pude ver a un grupo grande de gente en la puerta de mi casa. Un tiempo después, todos juntos han seguido detrás de un coche de cristal con un joyero dentro, como el que tiene ella encima del tocador pero mucho mas grande. El suyo está ahí, lo veo en el espejo unido a mí.

Abro los ojos. Veo ahora. Ahí, todo el tiempo sin ti. Detengo la mirada en el sillón azul, él estaba allí esta mañana, vestido con el traje de los días en que tiene que tomar decisiones importantes, mirándome, esperando que yo despertara para decirme adiós para siempre.

Apago la lamparilla, cierro los ojos, entro en la oscuridad donde espero encontrarme con el sueño. 

Pepa Lopez 






miércoles, 16 de junio de 2021

 

SIN  DESPEDIDA 

Cierro los ojos a la cerradura de la despedida

No me retes

Viviré más y más…

Hasta la extenuación

La despedida me da fuerza de ultratumba, tumbados en la tumba de mar

No te despediré ni a ti, ni al viento

Ni a los sueños

Ni a las calaveras de ojos pardos

Ni a la ternura entre mis piernas

Ni a la vida sin vida

Ni a los poetas que brillan sin poemas

No te despido, porque soy despedida de las lágrimas que me bebo de mi misma

No te despediré ni a ti ni a nadie

Navegare entre un olvido de una voz que  ya no recuerdo

 Tu despedida, si la hubo,  me suena a canción ruidosa que embriaga mis oídos

El mar se va con las tormentas de espuma blanca, donde no te podre despedir, porque las despedidas son efímeras como el vaivén de los días.

No existes, por eso no te despido

Te olvido bajo el run, run.. de un amor que se esfumo en el hielo de la muerte

 Presiento que la herida dejo la profundidad  de muchos metros donde no los quiero ver

Nos despedimos con una tierna mirada de mar de nuevo, desnudos ante los sueños

No me dijiste nada

Tu silencio, fue la despedida más bella, no hubieron palabras en tu boca

Tus ojos bailando en mis ojos

Esa fue, creo olvidar una despedida un tanto mentirosa, de dos almas itinerantes que no saben despedir para no destruirse

Tú eras así, podías combinar el silencio con la elegancia de las palabras

Sonaron las trompetas del infierno, la noche oscureció en nuestros cuerpos.

 

 

 

 

jueves, 10 de junio de 2021

 Tiempo - Myriam G.

El tiempo, como la gota lenta de la clepsidra, fluye largo cuando te espero. Y, sin embargo, bulle con burbujas breves y brillantes cuando te encuentro. Cuando te sueño, se sublima, elevándose sutil al cielo, liviano, sin peso.

Pero de pronto siento a ese tiempo dulce preñado de nubarrones grises. Negros augurios se arrastran por mi ánimo. Como un perro que presiente el peligro, gruño a la incertidumbre. Quiero que se aparte. ¡Largo!

Y en un parpadeo el tiempo revienta rechinando en un aullido de caucho que perfora los tímpanos. Estalla en un estruendo de cristales rotos. Se desgarra en un grito de metal retorcido brutalmente.

La sangre caliente y el alma helada. Y ya no hay tiempo. Se ha detenido para dejarnos ver y oír y entender que esto quizá sea el adiós. Qué cruel amabilidad la suya. Qué dolorosa lucidez la que nos regala. Vemos todo. Oímos todo. Y no sentimos nada. Sólo que él se escapa.

¡NO!

Me revuelvo. Me enfrento. Lucho. Pataleo. Sólo deseo que tú te resistas también. ¡Pelea! ¡Golpea! ¡Sacúdete! ¡No lo dejes escapar! ¡Que no se salga con la suya! ¡Nos pertenece! ¡Eh, nos perteneces!

Sonríe burlón.

Nos mira, pensativo.

Se aleja lento, cabizbajo.

¡Y regresa!

Se acompaña de un dolor lacerante que nos atraviesa. De una conciencia clara de un nuevo ritmo frenético. Porque no hay ni un minuto que sacrificar. Ni un aliento que desperdiciar. Ni un latido que perder.

Maldito tiempo.

Bendito tiempo.

 

 



SOY...

Si me pregunto quién soy, la respuesta huye, como rehúye mi sombra mientras camino.

Sé el lugar donde nací, del que salí y me alejé; permanece diáfano, adiáfano en mi memoria.

Sí, en secreto me engendraron mis padres, pero por ellos llevo mí nombre, conocido, reconocido.

Sé que crecí: aprendí que yo era yo, me embargaron sensaciones y sentimientos.

Sí, fui amante, luego, amante y esposa, madre, mujer...

Sé que todo esto no es lo que soy, pero qué más puedo decir, no sé.

Sí sé que un día dejaré de ser, de estar, y quizás haya alguien que defina lo que fui.




ROJO NEGRO


El viaje al oeste,

un camino que todos recorrerán:

campo florido.

Baiseki


Estaba aturdida; había sido demasiado largo el viaje teniendo en cuenta su estado. Al salir, arrastrando la pequeña maleta, busco su nombre entre los pequeños carteles y reconoció al hombre, que no lo necesitaba porque seguía siendo el mismo de siempre. Estrecharon sus manos mientras él le daba la bienvenida. Sentados ya dentro del coche, él observando su rostro le pregunto inquieto si se sentía bien, ella respondió que únicamente estaba cansada. Le propuso que durmiera un poco durante el trayecto hasta llegar al hotel, pero ella dijo que no podía dormir, porque no quería perder ni un instante de la visión del paisaje; abrió un poco la ventanilla y aspiró el denso aire marino. 

Había sido una primavera inusualmente lluviosa; el verde del musgo y de las diferentes cactáceas formaba un trio de color con las rocas volcánicas, rojas y negras. A lo lejos, el oscuro mar aparecía por detrás del volcán. Esa gran montaña que muchos años antes había colonizado el mar, haciendo más grande la isla. Fue la parturienta tierra quien arrojó por su cumbre roja lava, como venas de sangre, que fueron deslizándose pendiente abajo hasta llegar al mar, y este la convirtió, con sus frías aguas, en roca a la que acaricia y agrede cada instante.

Estacionó en la entrada, y mientras él la ayudaba a salir del coche, apareció en la puerta su mujer que les estaba esperando, ella y la viajera se dieron un abrazo. El matrimonio eran dueños del pequeño hotel de cuatro habitaciones, situado en un paraje solitario a un kilometro escaso del mar. 

Solían pasar unas semanas todos los años allí, de manera que la relación con los dueños se había convertido en amistad. Dos años hacía, después de que su marido muriera, que ella no había vuelto. Esta vez venía a despedirse.

Los amigos, viendo el cansancio de ella, le propusieron subir a su habitación, la de siempre, y llevarle allí algo de cena, ella acepto subir pero rechazó la invitación, alegando que el cansancio la dejaba sin hambre.

Estuvo dos días descansando sin salir de la habitación , apenas probó la comida que le subieron y paso el tiempo sentada en la pequeña terraza mirando el mar; escudriñando el camino por el que la luz discurre durante el día; quería recuperar fuerzas para cumplir su intimo deseo.

El tercer día supo que era el momento. Dejo una nota de explicación y disculpa, y salió al atardecer; se alegró de no encontrarse con nadie; si pensaban que seguía en su habitación nadie la molestaría. Caminó despacio, como le permitían sus fuerzas, hasta donde solían ir su marido y ella para ver ponerse el sol. Un lugar entre las rocas, cerca de la orilla donde el mar las abraza. Llego vacilante, y se sentó apoyando la espalda en la roca, ésta le transmitió el calor que todavía guardaba. 

El sol se acercaba al horizonte y las gaviotas desfilaban ante él aprovechando el último resplandor. Cerro los ojos y centró la atención en el lenguaje del mar; escuchó el orgasmo que provocaban rocas y olas entrelazadas, inhalo su intensa esencia. Atendió al viento que le susurraba mientras acariciaba su rostro y peinaba su pelo. Perdió la noción del tiempo.

Abrió los ojos para ver y despedir al sol que ya se estaba acercando al ocaso. Todo empezaba a teñirse de de rojo. Una pátina rubí se extendía sobre la superficie del mar que ya era casi negro.

Cerró los ojos y observó su cuerpo, no sentía los pies, la roca en la que se apoyaba ya había perdido el calor en la medida que la noche avanzaba. El mar continuaba su incansable existencia. El viento, como su respiración, era cada vez mas frio y agitado.

Abrió los ojos para abandonar una vez más la oscuridad y la exterior estaba llena de luces. Nunca vio brillar tanto la noche, luego, se adentro en lo más profundo de ella. 

Pepa Lopez 

















jueves, 3 de junio de 2021

 

TUS LABIOS DE SAL

Las viejas cortinas giraban suave al viento de delante hacia atrás como si la música les edificara una suave tertulia de palabras, la puerta abierta a la sombría calima del mes de junio, me gustaba que el polvo se abriese entre tus piernas, el suelo agitaba las mareas de una noche que había sido controvertida, deseaban los duendes perderse entre los campos de las espigas?

Embelese al  silencio para que no desapareciese. 

Desafié a los dos mundos para que cediesen un momento de tanta incertidumbre, este lugar inexistente existía donde solo tu podías existir, pero y yo????....Donde me quedaba yo, si venia del ruido, de la rapidez, de la riqueza de las miserias, maldiciendo a mis males de los que quería que tú no supieras, riéndome del espectáculo  de las sensaciones discordantes de los duendes. De mis locuras  de erres, de eses, de que se yo.

Me maldije, corrí y desperté, no me vuelvas a despertar, gimen los lobos de la mar, los lobos hambrientos de un espíritu que se va… se va a la especie de los espíritus, donde se gime, donde se arrancan los gemidos… que hacer cuando te vas… y tus sonidos son pensamientos ruidosos en tu cabeza, gimo, gimo como un perro rabioso, gimo y te hago el amor hasta quedar exhausta, porque el dolor es gemir, el placer es gemir, somos lobos de espiga o de mar, o de silencio de la libertad de las cortinas que flotan para que nunca quizás volvamos a estar. Esta noche marcharemos al camino de la soledad, borraremos cada instante, así seguiremos nuestro camino de dolor y de mar de lobos.

Inma

martes, 1 de junio de 2021

 

SIN OBJETOS

Esta noche no hay objetos, ni sombras encarceladas, solo un recuerdo mental que no se si existió, maderas ancestrales que perpetuaron un suspiro, busco entre los cajones, lo tire a la basura, si nos pillaban …… que tiempos… era una pipa tallada de madera, pensé que coño hago yo con esta pipa , nunca entendí ese regalo tan tuyo que tanto dejo en un solo espacio , ahora pienso pipa  de selva que me regalaste un día como siempre inesperado, el olor de hierba  recién duchada,  quizás fue una pipa de un hombre  de tus antepasados en la selva mirando una luciérnaga esculpida por sus manos en esa noche, quizás sus manos fueran el rencuentro de la piedra y la madera, o la madera y la piedra en un pensamiento que nos lleva a su mente de otros momentos de  su vida, vives hoy ,mueres solo una vez y con la pipa tallada queda tu ser en mí, ahí quedas, tan cerca siempre, tallada la vida siempre , así seguimos con las lenguas agrietadas, tu  primer regalo, luego llegaron otros, pero solo quiero recordar la pipa que tire a la basura, sin saber por qué hoy la rebusqué en mis pensamientos, porque lo hice?

De tanto esconderla la tire para que no me descubrieran, la deje momentáneamente aparcada sobre un túnel de esponjosas palabras.

Y llego la pulsera o la rosa, llego la pulsera de aro, que aun guardo en el cajón de la buena suerte, suerte de la vida que me depositaste en tu cruel final y llego la rosa enmarcada entre las flores de un cartón sediento de niñez que perdiste,  yo tengo objetos desperdigados en mi mente, y solo recuerdo , no los objetos, recuerdo las miradas que se pierden porque todo se pierde, me pierdo yo, tú ya no te pierdes en mí, pero mezclo todas las miradas, mezclo lo que no se si existió, me pierdo entre los objetos que ya no son nada, me quedo inmóvil entre  una pulsera, una pipa y una rosa, jueves de rosa diciéndome aléjate, pipa del silencio que se humea de tus silencios, pulsera de aro redondo en mis muñecas que pasaran a mi historia …..amor, me quedo con tu pulsera de aro , de muertes encontradas, de dolor inmenso, quizás algún día sabré que no existimos y podre ser feliz.

Jamás sabremos de la pipa tallada y de sus auspicios, pipa de leones y elefantes, de rosas de niñez, de objetos que no son nada más que un dolor. Pulsera de aros en un aro que ya no entra en mi muñeca.

Inma

PARA CLASE SOLO HASTA LA LINEA DE PUNTOS...

Los golpes de la cabeza del hombre desdentado contra la puerta despertaron a Anne. El humo se había disipado. La mujer recordaba vagamente haber cambiado de habitación, recordaba el cuerpo sin aliento de Alara, recordaba la alfombra en llamas, recordaba las manos de Jose sujetando su cadera con delicadeza, recordaba sus palabras de amor reprimidas. Anne miró al hombre desdentado, estaba tumbado en el suelo, su cabeza percutía rítmicamente en el marco de madera carcomida de la puerta. A cada golpe, el hombre contraía sus piernas hasta golpear su abdomen con fuerza. Tras cada movimiento convulsivo, el olor a hígado olvidado al sol de la herida de aquella pierna se adueñaba de la habitación. 

Anne seguía sentada con las manos atadas en su espalda. El dolor de los hombros le resultaba insoportable; las muñecas, desencajadas por la presión de los grilletes de plástico, lanzaban calambres aleatorios que recorrían su cuerpo llegando hasta sus pies. La piel de Anne, deshidratada por el humo y la falta de agua, estaba a punto de desprenderse de su rostro como una serpiente que muda su camisa. Se acercó a Jose, que continuaba rendido al sueño y acarició las mejillas del hombre con sus labios de sal. Sin querer, sin saber cómo, un susurro salió de su boca cerrada: - yo también - dijo rozando el lóbulo sonrosado del hombre. Los pómulos color azahar de Anne tomaron prestado el color de las flores del almendro en primavera.


En medio de aquella ensoñación real, Jose dirigió sus labios hacia los de Anne, el aliento de la mujer en su cuello le guiaba. Rozó los de ella, Anne no trató de evitarlo. Durante un segundo que para Jose habría sido eterno y mágico y celestial, sus labios se encontraron, no tuvieron tiempo de conocerse o de disfrutarse, se separaron antes de que pudieran recordar que aquello había sucedido. Anne estaba de vuelta en el colegio, con seis años y un babero de rayas verdes y rosas, sosteniendo las manos de su compañero de escalón mientras acercaba sus labios inexpertos a los de aquel niño más bajito que ella. Aquella ola de amor al rozar los labios del niño no la había vuelto a sentir jamás, nunca, hasta ese momento. Olvidó el dolor de sus hombros, olvidó su infancia, olvidó su vida y se tumbó sobre el cuerpo del hombre. 


Pasaron pocos minutos hasta que la nube de algodón de azúcar que la envolvía a Anne desapareció. Aquel beso le había recordado su primer beso, pero también el último. El cuerpo sin vida de Stephano se cristalizó en su retina. La excitación se tornó en vergüenza, y el amor en culpa. Recordó su primer encuentro en la embajada, recordó su primer beso bajo una luna llena de marzo, recordó el anillo que el italiano le había entregado en egipto. Comenzó a llorar. No estaba enamorada de Stephano, pero se sentía fría y cruel besando a otro hombre, solo unas horas después de presenciar su muerte. - Soy una viuda negra. - se dijo entre sollozos. - Sólo quiero a los hombres cuando son útiles. - Se odió a sí misma, una cosa era flirtear, otra era la infidelidad y otra era besar a Jose pocas horas después de la muerte de Sthepano. Su eterna lucha interior había llegado a su culmen. Nunca querría volver a besar a un hombre. Nunca querría volver a enamorarse. 


Los gritos de una mujer llegaron hasta la habitación. Ininteligibles. Desgarradores. Anne no entendía su significado pero estaba segura de que aquella mujer deseaba morir antes de tener que soportar aquella tortura. Dos disparos secos e inmediatos crearon el silencio. La mujer calló. Jose se despertó agitado en medio de una pesadilla. Lanzó a Anne a un lado y se puso en pie. Corrió de un extremo a otro de la habitación. Se detuvo ante la puerta cerrada. Miró hacia el suelo. Negó con la cabeza. Todavía apretaba la llave de la vida entre los dedos. La apretó con fuerza y movió sus pies adelante y atrás buscando un equilibrio que había perdido. Necesitaban agua para mantener la lucidez.  Llevaban horas sin beber sometidos al calor del fuego. 


  • Jose cálmate. - chilló Anne. 
  • Tenemos que salir de aquí. Vamos a morir. 
  • Primero ayúdame a levantarme. 


La frente de Anne podría haber frito un huevo en pocos segundos. Jose se acercó a la mujer, la sujeto por los hombros y la levantó en un movimiento. Aquella quemazón migrañosa la torturaba siempre que se ponía en pie demasiado rápido. Una voz masculina se alzó al otro lado de la pared, su inglés era vulgar. - Están aquí. Sólo necesitamos con vida a la Nubia, los demás dan igual. - Jose comenzó a recorrer la habitación en círculos. Se estiraba del pelo como si  arrancarlo pudiera aliviar su frustración.



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  • No hay salida Anne, solo esta esa puerta. Pero no lleva a ningún sitio, es volver donde estábamos. Nos van a matar. - dijo Jose. 
  • Jose lo que está claro es que de algún modo nos han metido aquí así que una salida habrá. Necesito que me quites los grilletes. 
  • Aquí no hay nada para soltar las tuyas. Las nuestras las soltamos con los clavos, pero primero los metimos en el fuego…


Jose iba a completar una maratón haciendo círculos. Evitaba la mano hinchada de Pierre y el cuerpo de Alara. 


  • ¿Y esa llave? - dijo Anne. 
  • La de la puerta que…
  • ¡Úsala! ¡Sus dientes, sus dientes! Son como sierras. 


Lo intentaron sin éxito en el aire, la llave no tenía fijo. Anne se acercó a la puerta y colocó la tira de plástico sobre el tirador. El hombre desdentado ya no daba golpes con su cabeza, sus ojos miraban sin profundidad, pero sus pupilas habían recuperado la isocoria. Jose volvió a utilizar la llave como cuchillo. Anne estiraba con fuerza hacia los lados mientras él apretaba los dientes como si tratara de meter un cuchillo en una pierna de cordero congelada. El plástico comenzó a ceder. Hundió el falso cuchillo con forma de llave de la vida en la brida, conseguía debilitarlo pero no romperlo. Anne cambió de plan. Elevó sus brazos lo más alto que pudo, los hombros le pinchaban más que al terminar una clase de cross fit a la vuelta de vacaciones. Dejó caer su peso. El plástico se enganchó en el pomo y los grilletes se partieron dejando libres sus manos. 


La voz del hombre volvió a sonar. Más cerca. Sus ordenes recorrían la habitación de un extremo al otro. Se había metido dentro de la pared. Los rodeaba. Anne se acercó a Pierre que hacía algunos minutos que intentaba incorporarse sin éxito. Tomó su mano derecha, los muñones ennegrecidos de hollín exudaban pus. No pudo evitar que una mueca de asco apareciera en su cara, apretó la herida del hombre hasta que un líquido verdoso mezclado con restos de ceniza comenzó a fluir. El olor, similar al de la pierna del hombre desdentado, inundó la habitación. Anne se tapó la nariz con la mano y volvió apretar hasta que el líquido regó el suelo. Los dedos de Pierre perdieron el aspecto de baba de caracol para recuperar un tono melocotón. 


  • Señores, mi Fiancee…- dijo Pierre en un susurro. - Me temo que esto es el final. Yo también les he oído. Solo quieren a la nubia. 
  • Y si… - dijo Anne. - la quieren viva ¿No? y si cuando lleguen amenzamos con matarla. 
  • ¿Cómo? ¿Con la llave? - dijo Jose. 
  • No idiota. Con los clavos que me has dicho antes. Justo sobre su yugular. Ellos no saben que ya está… bueno ella no se va a mover… la sostenemos apretada contra nuestro cuerpo y si se acercan amenazamos con rasgarle la yugular. 
  • Mi Fiancee es usted toda una caja digamos… de truenos… 
  • Jose abre la puerta. Cojamos los clavos.


Los tres se dirigieron a la habitación adyacente. El humo se había disipado casi por completo de forma incomprensible. No se veían ventanas ni rejillas de ventilación. Recogieron más de diez clavos de veinte centímetros en pocos segundos. Anne estudiaba las paredes. - de algún modo han tenido que traernos aquí. - se dijo. Miró al techo, no eran demasiado altos. Una enorme lámpara de tela translúcida ocupaba más de la mitad de la cubierta de escayola. Sopesó el peso de los clavos en su mano y lanzó las pequeñas flechas contra la lámpara.


  • ¿Qué haces Anne? - dijo Jose
  • Esa lámpara no me cuadra. 
  • Es lo que nos hace falta ahora: moda y diseño de interiores.
  • ¿No has visto que es demasiado grande? Y mira la curva que hace, la tela está arrugada, como si la pusieran y la quitaran… además hay hilos colgando en el borde. Ayúdame a subir. 


Subida a los hombros de Jose la mujer comenzó a estirar del centro de la lámpara. Casi tocaba el techo con su cabeza. La tela, llena de restos de ceniza y con aroma a barbacoa cedía con facilidad ante los dedos de Anne que no era capaz de traccionar con fuerza en aquella precaria posición. - Haz hablar al prisionero. - dijo de nuevo la voz de la pared - Nos ha dicho que estaban en esta planta pero hemos recorrido todas las habitaciones. Miente. Quiero que le digas: o nos dices dónde están encerrados o te hago tirantes con la piel de tus piernas. ¿Está claro? - Anne soltó la tela y se tapó la boca con las dos manos. Una segunda voz habló en árabe y después en un inglés casi perfecto. - Eduard dice que están aquí seguro. Que él no sabe entrar, que si hace falta tires todas las paredes. - Anne escuchaba cada palabra subida a los hombros de Jose. Tenía el cuerpo atenazado pero había comenzado a perforar la tela con los clavos haciendo pequeños agujeros. Consiguió meter dos dedos por ellos y colgarse de la tela. 


  • Jose arrodíllate. - Susurró Anne.


Conforme Jose fue bajando el peso de Anne fue rasgando con suavidad la tela de la lámpara. El brillo de la luz directa de las cuatro bombillas que albergaba en su interior les deslumbró. 


  • Anne… - dijo Jose, sin reparar en el tono elevado de su voz.  Tenías razón.


Ambos miraron hacia el techo, una estructura de madera rectangular y un tirador hacían las veces de trampilla junto a la puerta. Dos gritos de alegría anticiparon a la voz de Eduard. - ¡Están ahí he oido a uno, he oido a uno! Traedme un mazo ¡Ahora! ¡Ya!

“Querrás saber por qué no estoy en casa y por qué no he llamado para avisar de que me iba. Esta noche se me ha aparecido la Virgen y me ha d...